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Ordóñez y los abusos del lenguaje

Juan Gabriel Vásquez
30 de mayo de 2013 - 11:00 p. m.

En una entrevista reciente, María Jimena Duzán le pregunta a Pablo Catatumbo acerca de los asesinatos cometidos por las Farc, y el guerrillero responde hablando de “ejecuciones”.

 Cuando Duzán pregunta por los secuestros, el guerrillero habla de “retenciones”. El guerrillero sabe, como sabía Uribe, que lo importante no es lo que haya pasado en verdad, sino el nombre que le pongamos. Ya había logrado Uribe que no se hablara de asesinatos de civiles, sino de “falsos positivos”: los mismos que ahora el procurador Ordóñez trata de llamar “crímenes de guerra”. En La política y la lengua inglesa, uno de sus ensayos inmortales, George Orwell se lamentaba hace unas siete décadas de que toda protesta contra el abuso del lenguaje fuera vista como un arcaísmo sentimental. Pues bien, estaba yo pensando en estos arcaísmos sentimentales —recordando, por ejemplo, la columna en que Fernando Londoño llama “intelectual hecho a pulso” a Carlos Castaño—, cuando leí que Ordóñez había repetido la más terrible de sus infamias. El aborto, dijo, es el “más cruel y silencioso Holocausto”, y la eutanasia es la “verdadera herencia del nazismo”.

Tal vez los lectores conozcan la ley de Godwin. “A medida que se alarga una discusión en internet”, dijo Mike Godwin en 1990, “la probabilidad de una comparación con Hitler o el nazismo tiende a uno”. Basta echar una mirada a la cloaca de la web para descubrir que la analogía nazi es, en efecto, el recurso favorito de los perezosos. ¿Cuál será la probabilidad de que el procurador conozca la ley de Godwin? Yo, por lo pronto, la creo bastante baja; pero me parece curioso que Ordóñez, entre todas las formas de hacer el ridículo, haya elegido justamente ésta: una comparación con el nazismo. Los nazis fueron especialmente dotados en esto del abuso del lenguaje: no por nada fueron ellos (Himmler, Hitler o Heydrich) quienes, para referirse al exterminio de todos los judíos de Europa, inventaron uno de los eufemismos más célebres del siglo XX: la “solución final”. Pero claro, es posible que el procurador Ordóñez no sepa qué fue la solución final. O tal vez sí sabe qué es, pero ha decidido, después de largas meditaciones, no creer en ella. Así como muchos no creemos en su Dios, tal vez él no crea en el Holocausto. Debe de ser una particular suerte de represalia.

De todas formas, la ley de Godwin no se aplica en el caso del procurador: sus escupitajos no son consecuencia de pereza intelectual, sino de indigencia moral. La mujer que aborta porque seguir con su embarazo podría matarla es, para Ordóñez, equivalente al personal de un campo de exterminio. Para no ser tan abstractos: de un lado tenemos a Beatriz, una mujer salvadoreña de 22 años, enferma de lupus y de insuficiencia renal, que espera un bebé sin cerebro. Del otro lado tenemos a Franz Stangl, oficial de las SS, comandante del campo de exterminio de Sobibor, que desarrolló un sistema capaz de exterminar a 3.000 judíos por día y luego llevó su sistema al campo de exterminio de Treblinka. Si decidiera no tener a su hijo anencefálico, si decidiera salvarse de morir por insuficiencia renal, Beatriz sería, para nuestro procurador, el equivalente de Franz Stangl.

¿Abusos del lenguaje? Ordóñez, me parece, va mucho más allá. Lo increíble es que lo sigamos tolerando.

 

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