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Palabras divinas y hechos terrenales

Jaime Arocha
25 de septiembre de 2008 - 01:25 a. m.

EL 4 DE JULIO DE 2008, EL PRESIDENte Uribe le rindió acción de gracias al beato Marianito por la Operación Jaque.

Varios periodistas sumaron ese acto piadoso a los rosarios de los miércoles en Palacio y a la cercanía de la Casa de Nariño con el Opus Dei para preguntarse si esas expresiones no atentaban contra la pluralidad religiosa que consagra la Constitución Nacional. Agregaré un elemento más al cuestionamiento: la divinización de la voz presidencial.

Hace algunas semanas, en Hora 20 de Caracol, Juan Carlos Flórez actuaba como moderador y les preguntaba a los panelistas por las implicaciones judiciales que podrían tener los documentos bancarios que la ex senadora Yidis Medina había aportado a favor de sus testimonios. Hernando Corral desvirtuó el valor de esas pruebas, diciendo que él tenía fe en la palabra del presidente Álvaro Uribe. Días más tarde, cuando el debate caliente era la responsabilidad del alto mando militar por el uso inapropiado de los emblemas de la Cruz Roja Internacional dentro del famoso Jaque, la argumentación también implicó esa palabra divina que hacía insignificantes las evidencias contenidas en los videos que difundió RCN televisión. El lector puede sacar su propia conclusión con respecto a la disputa actual sobre el ingreso de personajes indeseables a la Casa de Nariño.

La contraparte perversa de ese endiosamiento de la semántica presidencial consiste en asumir que las voces subalternas son falsas. El suponerlas inspiradas por el terrorismo, por ejemplo, da origen a la actitud dubitativa que medios y Estado pueden asumir frente a un conjunto de denuncias que representantes de las comunidades afrocolombianas han hecho, incluyendo las relacionadas con los daños irremediables a sus territorios y riquezas hídricas que están causando las retroexcavadoras, las dragas y el mercurio que les dan vida a las formas no sólo agresivas, sino ilegales de minería del oro ampliamente difundidas en lugares como Paimadó o Condoto en el departamento del Chocó. Algo similar sucede con los reclamos reiterados por las formas de destierro coincidentes con el programa oficial de cultivo de palma aceitera para la producción de biocombustibles o los que tienen que ver con los efectos nocivos de las fumigaciones que hoy por hoy se ven forzadas a soportar las comunidades del río Timbiquí en el Afropacífico caucano.

Además de esta polarización, sobresale el papel que juegan intelectuales originados lejos de la derecha que le dan un halo de objetividad a la infalibilidad presidencial, como sucede con la noción de posconflicto, la cual está siendo usada para definir el período cuyo inicio inauguró la Ley de Justicia y Paz. Esa idea de que estamos superando lo peor de la guerra también la convierten en objeto estético, como sucede dentro de la exposición Destierro y reparación, que albergará el Museo de Antioquia hasta diciembre de 2008, con auspicio de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación. La muestra gigantesca de fotografías, pinturas e instalaciones da cuenta de la gravedad de la tragedia y de las opciones de superarla. De lo exhibido allí, mi mayor conmoción fue por la obra de Libia Posada, consistente en una cartografía de la expulsión territorial dibujada sobre fotografías de los vehículos del destierro: los pies y las piernas de las víctimas. Casitas con números en su interior responden a la convención que la artista denominó “desplazamiento forzado”. En ninguna pierna prima el 1, sino el 2, el 3 y el 4. Hasta el 8 se repite en varios miembros. A semejante conteo, expuesto sobre el telón de un lapso de 15 años, hay que agregarle el aporte de otra de las vitrinas: para la población en general, la tasa de expulsión es de 500 por 100.000  habitantes. Para la de la gente negra, 736 por 100.000. Unas y otras son cifras que —en especial con respecto a los afrodescendientes— tienden a hacer insignificante esa semántica oficial deificada, objetivada y estetizada, según la cual ya ingresamos al período del posconflicto.

*Grupo de Estudios AfrocolombianosCentro de Estudios SocialesFacultad de Ciencias HumanasUniversidad Nacional de Colombia.

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