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Para salir del clóset

Ana María Cano Posada
23 de enero de 2009 - 01:50 a. m.

“ES UN DIVERTIMENTO”. CON ESTA descalificación pretendió algún crítico dejar sin piso la última película de un reconocido director.

Por algún raro pudor la cultura busca distanciarse del entretenimiento y distinguirse de algo que sea o parezca ser ligero. Como si la densidad fuera garantía de significado e importancia y como si una voluntaria ausencia de encanto hiciera que la cultura fuera más culta, más fruto del conocimiento y el rigor. Como si la finalidad última de la cultura no fuera ser recibida por alguien, saboreada, apropiada y multiplicada por ese mismo alguien.

Mientras el mercado de productos culturales del rango popular (música, televisión o video) busca ampliarse por todos los medios, la cultura (la que se concibe de élite, de primer nivel), en su idea de no “perratearse”, sigue arrastrando su carga de sentirse “inútil”, de creerse cenicienta o de ser vista socialmente como superflua. Según señalan investigaciones latinoamericanas recientes que incluyen a Colombia, la participación de los productos culturales en el PIB es mucho mayor de lo que sospechan sus propios productores. Buscar y encontrar un público, divulgar con acierto a los autores, diseñar esos puntos de confluencia donde puedan encontrarse los consumidores y los productores en materia de libros, de música, de artes visuales, de videos, de teatro, de cine, son una necesidad apremiante para darle a la cultura el peso y el sentido que tiene. Y que tendría que demostrar.

Un intercambio de sentido como el que posibilita la cultura en todas sus presentaciones no tiene por qué ser tímido ni restringir su capacidad de seducir ni renunciar a su disposición de influir y de recrear al público, de inventarse públicos. En medio de tanta resequedad ambiental actual, de tanto empobrecimiento del lenguaje y de las ideas, de tanta homogenización de las imágenes y los estilos, ofrece la cultura la posibilidad y la capacidad de refrescar y renovar los ambientes viciados. La cultura tendría por qué ser una contrapropuesta en este país que está vencido o así se siente. Este producto de lo humano que ha sido pasado por una sensibilidad, está llamado a construir y alimentar un público, a alcanzar unos medios propios para explorar un papel social equiparable al de la política o la economía pero con mejores recursos para permear la sociedad.

Existen evidencias de cómo la cultura logra evolucionar y arraigarse cuando asume sin pena lo que tiene de entretenimiento y llega a muchos, sin importar sus hábitos de consumo cultural. En Colombia, donde es remisa la oferta tanto como la demanda cultural, hay ejemplos de cómo pueden vencerse inercias. Como lo ha logrado el Festival Internacional de Teatro de Bogotá; los dos encuentros que tienen a Cartagena como sede: el Festival de Música y el Hay Festival; lo que en Cali logró el Salón Nacional de Artistas que comenzó a finales de 2008, se tomó la ciudad y la sacudió con sus imágenes, o algunas exposiciones cuya capacidad de poner en escena temas las hacen memorables (la de Justicia y Reparación del Museo de Antioquia en 2008), por mencionar unos. Se trata de abrir las oportunidades sin esperar a que primero sea corregida la desigualdad educativa con la que se emparenta la escasa oferta cultural colombiana. Son los productores de artículos de consumo cultural los que tienen en sus manos la posibilidad de vencer la resistencia y convocar seductoramente a ese intercambio de sentidos que proponen sus obras. La economía y la política llegarán a su turno a ese encuentro de una cultura que sale del clóset y logra llegar donde se necesita.

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