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Paraíso cervecero

Hugo Sabogal
10 de marzo de 2013 - 01:00 a. m.

Bélgica es uno de los países con mayor tradición en la elaboración de cervezas. Duvel, Maredsous y Liefmans ya están en Colombia.

He oído decir que Colombia es un gran territorio cervecero. Debatible. De lo que sí estoy seguro es de que la cerveza encabeza, de lejos, el consumo de bebidas con alcohol. Pero eso es otro tema.

No hay duda de que el sector es uno de los más sólidos y tecnificados de nuestro aparato industrial, pero su abanico de referencias es relativamente pequeño, no obstante tener marcas muy arraigadas en el consumidor nacional. Han aparecido nuevas firmas cerveceras dedicadas a producciones de bajo volumen, pero debe decirse que su alcance es limitado y de nicho (restringido, casi exclusivamente, a los principales centros urbanos). Entonces, de aquí a que seamos un territorio cervecero, habitado por expertos bebedores y catadores, tendrá que pasar mucho tiempo.

Mi intención, con esta breve introducción, es poner en contexto la historia de Bélgica, el verdadero paraíso cervecero.

Existen no menos de 600 cervezas diferentes. Casi podría decirse que cada localidad, en esta apretujada nación europea, tiene la suya. Y los métodos de elaboración son tan variados como complejos. No me voy a meter en tecnicismos, pero sí les puedo contar que las cervezas belgas se clasifican por sus métodos de fermentación. Que son varios. Los hay, incluso, de doble fermentación, como los vinos espumosos. Por cierto, han acuñado el término de “cerveza champán”.

Todo este conocimiento es producto de siglos de trabajo y experiencia. La elaboración se inició en el año 1.000 de nuestra era, coincidiendo con las primeras cruzadas. Sus más consagrados hacedores fueron los monjes católicos, autorizados por Roma, para recolectar con este trabajo los centavos suficientes para subsistir y velar por las obras sociales.

De hecho, cuando se habla de cervezas belgas debe hacerse mención, ante todo, de dos géneros muy arraigados en su cultura: la cerveza trapense y la de abadía.

La trapense sólo puede llamarse como tal si se elabora dentro de los confines de uno de los siete monasterios autorizados para su producción. No se trata de un concepto para proyectar un estilo, sino un punto específico de origen. Los asesores en la elaboración son los propios monjes de la orden religiosa.

Vienen después las cervezas de abadía, que, a diferencia de las trapenses, deben elaborarse en un monasterio específico. Las de abadía reflejan la tradición monástica, sin importar si se elaboran en un recinto sagrado o si simplemente hacen alusión a un santo reconocido, y no se esfuerzan por más.

En cierta forma, todo esto no es más que un recurso de mercadeo y de estricta norma social.

Luego vienen no menos de 20 estilos, clasificados, casi siempre, por sus métodos de elaboración. La lámbica es una cerveza muy particular. Se prepara partiendo de levaduras silvestres presentes, de manera natural, en los alrededores de Bruselas.

Pero también están las rubias, las de frutas, las negras, las tipo champán, las fuertes, las ligeras, las Duvel y muchas más.

Nadie se sorprenderá si, en este punto, digo que en Bélgica esta bebida forma parte del tejido social, cultural e histórico del país. Para acentuar las diferencias, las botellas no son sólo diferentes, sino también los vasos en que se consumen. Y ni hablar de las etiquetas.

Igual que en el mundo de los vinos, la cerveza, en Bélgica, exige un protocolo de servicio, que no sólo contempla los utensilios apropiados, sino las temperaturas, la presentación y la presencia de espuma en el vaso.

La más completa aproximación a las cervezas belgas la tuve hace una semana, cuando la firma Premium Beers SAS presentó la última colección de bebidas importadas, como la Duvel, Maredsous y Liefmans.

Cada marca representa su propio estilo y cada estilo es una herramienta de comunicaciones y experiencias. A esto se suma la gastronomía de la cerveza, que, por lo general, incluye quesos y carnes.

Y para los más gomosos existen paseos y giras por todo el territorio belga, explorando, de esquina en esquina, cientos de cervezas que rara vez podrán repetirse en ningún otro lugar del mundo.

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