Parece que van perdiendo

Eduardo Barajas Sandoval
07 de noviembre de 2009 - 05:20 a. m.

No se entiende cómo un Presidente, el de Afganistán, cuya elección fue a todas luces fraudulenta, recibe de pronto las credenciales y el apoyo de la comunidad internacional.

La suspensión de la segunda vuelta y el giro súbito de los acontecimientos, para entronizarlo en un nuevo mandato, denotan la angustia de quienes se han tenido que resignar a que permanezca en el poder porque no era posible sostener el proceso electoral bajo la presión talibán.

Las elecciones afganas han tenido tanto de artificial como de folclórico, y de dramático. Han sido poco autóctonas y levemente arraigadas en la vida del país. A lo largo del proceso, son muchas cosas las que los promotores extranjeros del régimen han tenido que orquestar, a punta de discursos y apoyo de los medios, para dar a entender que en Afganistán se desarrollan auténticos procesos democráticos. Lo malo es que las bombas del terrorismo y las palizas que las tropas extranjeras reciben de vez en cuando, para no hablar de la impunidad del narcotráfico, transitan en imágenes difíciles de ocultar, y dan una idea diferente.

Luego de una campaña electoral cargada de refuerzos para producir la impresión de que se vivía un certamen digno de admiración, por el hecho de que se adelantaba en medio de una guerra, el resultado fue agriamente controvertido por uno de los candidatos, competidor del presidente en ejercicio, con el argumento de que existió un fraude amplísimo a favor de este último. Tan contundentes fueron los indicios, y los argumentos, que fue necesario establecer una comisión, dirigida por las Naciones Unidas, para determinar si efectivamente dicho fraude tuvo lugar. La proclamación del resultado fraudulento fue ostentosa y publicitada. El beneficiario había sido, sin duda, el Presidente Hamid Karzai, que aspiraba a la reelección.

La solución propuesta a partir del veredicto de la Comisión referida tenía ya tintes de anormalidad. Cómo es posible, se preguntaron entonces los demócratas de todo el mundo, que el beneficiario de la trampa pasara sin castigo alguno a una segunda ronda, en la que tendría, nuevamente, toda la opción de ser elegido? No obstante, hubo un acuerdo generalizado en el sentido de que debería participar. Como si los elementos que llevaron al resultado de la primera votación fuesen a desaparecer por encanto, y ya no jugaran en su favor las ventajas propias de estar en el poder.

De manera súbita, y luego de haber celebrado con alborozo el veredicto de la Comisión verificadora, el candidato derrotado, aspirante natural a competir en mejores condiciones en una segunda vuelta libre de manchas, decidió retirarse del concurso electoral. Acto seguido, olvidándose de todo, el ganador de la primera vuelta fue declarado presidente para un nuevo período y tomó posesión, luego de prometer, eso sí, a petición del Presidente de los Estados Unidos, erradicar la corrupción. Cosa que irónicamente, según observadores agudos, le quedará fácil porque tal vez conoce mejor que nadie, en el contexto de su país, la forma en la que eso se puede hacer.  

Ahora es apenas lícito preguntarse, primero que todo, cuáles fueron las razones que tuvo Abdullah Abdullah, el candidato derrotado en los primeros comicios pero beneficiado con el veredicto de la Comisión verificadora, para retirarse de la carrera. También hay que hacerlo sobre la legitimidad no sólo política sino moral del nuevo mandato de Karzai. Y además sobre la manera en la que la conciencia de los occidentales opera en casos como este, particularmente cuando han expresado alivio por el desenlace. No hay elecciones, se retira el que podía competir, se queda con el poder el que se benefició del fraude, y todos tan campantes.

Es muy posible que para el Presidente Obama, lo mismo que para los líderes de las naciones que sostienen tropas invasoras en Afganistán, Karzai sea el personaje menos grato y más incómodo y vergonzoso de acompañar. Se desdibujó su empeño en demostrar que allí podría ganar cualquiera, y tuvieron que quedarse con el que menos presentación tiene. Pero el asunto no se pudo dilucidar. Las acciones violentas y las amenazas de los Talibán, que buenos o malos tienen el entusiasmo de quien defiende su tierra y su religión, habrían impedido la realización de la segunda vuelta electoral, lo que habría significado el fracaso anticipado de una aventura de todas maneras llamada a fracasar. Tuvieron entonces que resignarse y tapar sus vergüenzas, sencillamente porque todo indica que van perdiendo esa guerra, que debe constituir la encrucijada más grande del nuevo Premio Nobel de la Paz.

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