Pasos

Fernando Araújo Vélez
01 de agosto de 2015 - 09:00 p. m.

Voy tras mis propios pasos con mis pasos lentos de querer decirle al mundo que no me importan sus prisas, sus competencias, sus triunfos y derrotas, sus éxitos y fracasos, sus comprar y vender, y en ese ir me cruzo con los pasos rápidos de quien quiere vender, pasos de zapatos brillantes, como de ministro, que aparentan ser Florsheim y deben aparentarlo para que un comprador muerda el anzuelo y pague unos cuantos millones más de lo que debería, y me cruzo con los Florsheim y con los italianos del comprador, impecables también, aunque menos ostentosos, y en medio de los dos se aparecen los pasos de tacón muy fino de una mujer que se cuelga del brazo del vendedor, y colgada de su brazo camina con sus pasos sensuales, que al mismo tiempo son pasos de interés, pasos de amor comprado cuyo contrato tácito es ese que promulga ante sus amigas y que pronuncia con todas las letras: noviazgo.

Tras ellos pasan otros pasos. Pasos frenéticos de una ciudad frenética y paranoica a la que terminaron por llegar millones de pasos de todos los rincones del país, simplemente porque todos creyeron que sólo en esta ciudad podían ser, sólo en esta ciudad podrían caminar hacia alguna parte. Y abandonaron sus tierras, a veces por violencia, a veces por convicción, y se multiplicaron, y multiplicaron su gran objetivo, el dinero, y se encontraron con otros que pensaban igual, y para hacer dinero aprendieron a intrigar y conspirar, a sacar del camino a quien fuera o pareciera una amenaza. Todos esos pasos se mezclaron en una especie de histérico baile en el que el ritmo fue, es, producir, acumular, ascender y eliminar. Los pasos fueron baile, y el baile, una ciudad que hiere y mata.

Y pasan los pasos nerviosos de un oficinista, que por un dinero al mes hipotecó su tiempo y debe llegar en dos minutos a sentarse ante un computador para llenar formularios y soñar con el día en que pueda botarle su carta de renuncia al jefe; los pasos pesados y gruesos de un obrero, pasos sucios de lodo, de cemento y tierra, del trabajo duro que nadie más hace y nadie más se atreve a hacer y por el que le pagan si acaso un salario mínimo; los pasos cansados y rutinarios de una estudiante, y los pasos que parecen un ruego de su enamorado, que intenta tomarla de la mano y ella lo evita porque está tan acostumbrada a sus manos, a su voz, a sus palabras, a sus pasos, que todos los días son iguales y ella se siente ahogada con él y por él en un denso hastío y no sabe cómo acabar con todo. Pasan los pasos saltarines de un niño, los estudiados de una adolescente y los de una madre, agobiada por los deberes. Y pasan los minutos y las horas y otros miles de pasos. Los presurosos de una amante que se esconde, los tímidos de un poeta, los distraídos de un músico, los irreverentes de una abogada, los ególatras de un escritor, los patrióticos de un militar y los sospechosos de un político. Y pasan otros miles de pasos que no dejan huella, y pasan los míos que buscan los tuyos, aun sabiendo que no llegarán.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual es editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

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