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Pecados de risa

Pascual Gaviria
23 de febrero de 2011 - 03:00 a. m.

POCO A POCO LA INDIGNACIÓN MOral ha ido convirtiéndose en un valor indiscutible, una especie de obligación dramática y severa para afrontar las miserias humanas.

El libreto de comportamientos es cada vez más restringido y el listado de los temas sacros cada vez más amplio. La religión, el racismo, la guerra, la prostitución, la pobreza, la ecología, las inclinaciones sexuales, los embarazos adolescentes y otros nudos difíciles sirven como alerta contra los frívolos y los desalmados. La risa es entonces una especie de herejía, una crueldad egoísta, un gozo infame. Para muchos, hay temas que sólo resisten el drama o el silencio.

España acaba de ser el escenario de una perfecta caricatura para ilustrar el imperio de los indignados y los bien pensantes. Un cineasta, músico y escritor conocido como Nacho Vigalondo se tomó unos vinos el viernes en la noche, se aburría con sus compañeros de mesa y entonces decidió usar un pequeño parlante muy en boga: escribió un tweet para celebrar su estadio lleno de seguidores: “Ahora que tengo más de cincuenta mil followers y me he tomado cuatro vinos podré decir mi mensaje: ¡El holocausto fue un montaje!”. Su idea era jugar al pastor falaz que recluta su rebaño para después entregarle un evangelio ridículo. No pretendía negar el holocausto judío, sino burlarse de quienes lo hacen. De inmediato brincó una jauría de ceñudos a gritarle contra su broma perversa y su falta de sentimientos, era un cobarde y un pesado. Vigalondo se tomo un vino más y siguió con el juego: “Si twitteas una broma a costa del Holocausto, perderás un porrón de followers sin sentido del humor. Lo recomiendo como Solución Final”.

Vinieron más insultos y más chistes. Veinticuatro horas más tarde Vigalondo había perdido su blog en El País y sus comerciales de televisión, promocionando el mismo diario, habían sido retirados por respeto al público. La dirección cerraba el pleito marcando líneas de conducta definitivas: “Para El País, bromas como las expresadas por Vigalondo están más allá del límite tolerable, como lo están las bromas racistas o xenófobas y ciertos chistes sobre pederastia, violencia de género y otras lacras que han causado y causan un enorme sufrimiento. El dolor marca la frontera”. Vigalondo es culpable, se ha reído en un velorio, no importa que sólo fuera para burlarse de quienes malquerían al muerto.

Lo peor es que ni siquiera los comentarios de Twitter se salvan de la hoguera de los justos y los minuciosos. En poco tiempo veremos que es mejor guardar nuestras opiniones más negras para los cuchicheos o la urna de los malos pensamientos. Pero esto no es nuevo. Hasta los insultos en los campos de fútbol de Europa deben acogerse a cierta corrección política. Los partidos se suspenden si alguien le lanza un banano a Dida, arquero brasileño que cuidó los tres palos del Milán, pero siguen sin problema si lo que cae es una piedra inofensiva.

Queda un consuelo. El aire de superioridad de los cuidadosos y los compasivos será pagado con una joroba de humores que quizá sólo sea posible descargar en sueños. Ojalá por lo menos logren reírse solos, frente al espejo, para que vean esa mueca deliciosa y recuerden a Kundera: “La risa pertenece pues, originalmente, al diablo. Hay en ella algo de malicia (las cosas resultan diferentes de lo que pretendían ser), pero también algo de alivio bienhechor (las cosas son más ligeras de lo que parecen, nos permiten vivir más libremente, dejan de oprimirnos con su austera severidad)”.

 

 

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