Pelea de patanes

Hernando Gómez Buendía
19 de agosto de 2017 - 02:00 a. m.

Dudé mucho de escribir esta columna porque he vivido el problema en carne propia.

Pero me decidí, precisamente, porque me constan cosas que otros callan y que de veras importan a Colombia. Me refiero al periodismo independiente y al lugar de los medios en una democracia, que revivió a raíz del incidente entre Daniel Samper y Álvaro Uribe.

Acusar a alguien de “violador de niños” sin tener la prueba es por supuesto una infamia y un delito. Pero en este caso la calumnia y el debate fueron puro teatro, que incluyó mucho ruido en las redes sociales, más de 20 columnas de opinión, cartas de solidaridad y hasta un fallo del Tribunal Superior de Bogotá.

Y sin embargo, desde “le doy en la jeta, marica”, es evidente que Uribe es un patán. También era evidente que ni el jefe de Estado iba a fajarse a puños con aquel “marica”, ni que de veras creyera que fuera homosexual.

Tampoco nadie creyó que Uribe crea que Samper es literalmente violador de niños, y desde el “trino” inicial él se cuidó de que todos lo entendiéramos así. O sea que en efecto no hubo daño a la honra, sino una patanada más de Uribe que sirvió para que los amigos de Samper se rasgaran las vestiduras en defensa de “la libertad de expresión”.

Solo que a Samper nadie le va a quitar su columna de Semana ni a impedirle que escriba lo que le dé la gana: hubo un insulto y tal vez un delito, pero no hubo ni sombra de censura.

Y es aquí donde yo mismo soy testigo. Fui un crítico severo del gobierno Samper, y años después su sobrino me pasó la cuenta desde Soho, en un montaje que aprovechó el entonces presidente Uribe para pactar con Felipe López mi salida de Semana y para que Alejandro Santos escondiera el fallo del “tribunal ético” que ellos me habían montado y que me había absuelto de manera categórica.

Fue un caso —como hay varios— de censura contra un columnista independiente, y con la complicidad de los dueños de los medios. Y es aquí donde viene el problema de fondo: el de la relación y la confusión entre el derecho a la honra, la libertad de empresa y la libertad de expresión:

—Samper tenía el derecho de demandar a Uribe por calumnia, pero su honra no sufrió precisamente porque los medios lo absolvieron a coro (¿qué pasa en cambio con las personas de a pie que día tras día son difamadas por esos mismos medios?).

—La libertad de empresa permite que los dueños escojan o despidan a sus periodistas sin ninguna restricción; pero esta libertad protege al empresario y no a la sociedad.

—La libertad de expresión es otra cosa porque no protege al medio y ni siquiera al periodista, sino a la sociedad. Esta es la base y es la condición primera de una democracia, para que todas las ideas y los valores se puedan debatir.

Pero entonces tendríamos que entrar en las preguntas incómodas sobre la propiedad y el control de los medios, sobre la relación entre sus directivos y el poder, sobre la organización interna y las regulaciones éticas de ese periodismo que a fin de cuentas decide de qué se habla en Colombia.

Y de qué no se habla.

* Director de la revista digital Razón Pública.

 

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