Película repetida con final abierto

CON LA RATIFICACIÓN DEL ALZA EN las cifras de coca vuelven las declaraciones destempladas de los funcionarios gringos, la alegría uribista, los aplausos en la casa Pastrana y las ganas oficiales de retornar a la época dorada de las fumigaciones con glifosato.

Cuando la cantidad de coca cultivada baja en Perú y Bolivia es porque en Colombia volvió a subir. La coca se mueve de un lado a otro. El glifosato fue una bendición para los interesados en caerles a los cultivadores desde el aire y no lo fue tanto para los indígenas, las comunidades afrodescendientes y las zonas de reserva. La película es conocidísima, aunque en esta ocasión los actores se han modificado.

Las Farc ya no son las Farc. El lugar de las Farc, si se quiere, pronto será asumido por las bacrim. Obama le había mermado al discurso de la guerra contra las drogas. Con Obama los derechos humanos tuvieron su importancia. Con Trump vuelve la moralización hiperbólica del consumo. En materia de drogas Trump es Nixon. Obama, en fin, no es Trump. (Pastrana sí sigue siendo Pastrana…).

A las Farc difícilmente se las puede culpar de la totalidad de lo que está ocurriendo. Un alto funcionario del Departamento de Estado de los Estados Unidos le apuntó hace un tiempo a la situación que se estaba enquistando: mientras negocian la paz y los términos del acuerdo, explicaba, vienen en camino abundantes cosechas de coca. Justamente por si fracasaba la negociación. La premisa tiene sentido estratégico, pero da por hecho que colonos y cultivadores son títeres de la guerrilla.

El alza en las cifras corrobora la instrumentalización del proceso de paz y son un reto para el mismo, pues a más coca probablemente más incentivos para evadir lo pactado. Pero también es cierto que, si el Gobierno implementa lo que prometió; las Farc cumplen con su parte, y los cultivadores negocian en bloque, algo nuevo puede ocurrir.