Periodismo mágico

Ana Cristina Restrepo Jiménez
11 de agosto de 2018 - 02:30 p. m.

La Semana Santa colombiana perdería sentido sin el registro televisivo de la “aparición” del Divino Rostro en una arepa asada o en la pared húmeda de una casa de pueblo. La reciente campaña presidencial también tuvo su procesión: en El Paso, Cesar, los simpatizantes de un candidato “perpetraron un ataque de abejas africanizadas en contra de varios seguidores del Centro Democrático”*. No satisfechos, se ensañaron en su barbarie: “Cientos de abejas se situaron en las vallas instaladas para el evento de posesión del presidente”.

La sarta “sobrenatural” podría continuar con el exorcismo de la Casa de Nariño (el único “misterio” radica en descubrir si el padre Chucho “pecó por impudente”, se hizo el chistoso o es un mentiroso).

Los medios de comunicación no pueden dedicarse exclusivamente a informar “lo serio”, por más que moleste a los ortodoxos: entretener también es una función del periodismo. El riesgo es que este tipo de información, denominado con rimbombancia “periodismo de misterio”, no se agota en la anécdota frívola, pasajera.

(No me refiero al periodismo narrativo como La Bruja, de Germán Castro Caycedo; Los escogidos, de Patricia Nieto; o algunas crónicas Juan José Hoyos, que abordan lo inexplicable en la cultura misma: buscan entender la sociedad con sus hábitos, prácticas y creencias).

No pensemos más allá del periodismo: quedémonos en el periodismo del Más Allá…

Cada vez con más frecuencia, los periodistas “reportan” sobre lo esotérico, supercherías, pero poco se preguntan sobre el efecto de concentrar la atención de las audiencias lejos de la racionalidad.

¿Será inocuo este adiestramiento del público en el pensamiento mágico?

Un ejemplo cercano es el cubrimiento no planeado, caótico, de los eventos que comenzaron en 2014 con unas colegialas en Carmen de Bolívar: “Esta «misteriosa» situación se presenta desde el mes de mayo […] las menores han tenido que ser hospitalizadas sin que aún se tenga certeza de lo que realmente pasa […] Algunos padres creen que después de haber sido vacunadas contra el virus del Papiloma Humano […]”.

Entre desmayos, alaridos y predicadores vociferantes, el periodismo científico fue avasallado por el de “misterio”. Las explicaciones racionales llegaron tarde a los micrófonos: se fue por la borda una costosísima campaña de vacunación que podría haber salvado miles de vidas. Aún hoy, personas formadas en la racionalidad se niegan a vacunar a sus hijas(os).

“Las vacunas son perjudiciales”. “La tierra es plana”…

El periodismo se reivindica como servicio público cuando busca en la realidad respuestas objetivas, racionales. Es legítimo formular preguntas sobre lo que parece escapar de la comprensión humana, aludir a lo enigmático, sin atizar la caldera de los incautos. Sin avalar la charlatanería (¡¿Qué tal los testimonios del “milagro” del avión de Aeroméxico en
Durango?!).

Mientras remato estas líneas, acude a mi memoria el cuadro del Sagrado Corazón de Álvaro Uribe en la casa de una senadora. Hay asuntos que no se resuelven con exorcismos ni baños de ruda. Tampoco en el pupitre de una universidad.

*Citas aleatorias de medios nacionales.

 

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