Petróleo y malestar económico

Eduardo Sarmiento
08 de diciembre de 2014 - 09:09 p. m.

El país ha girado durante décadas en un modelo dominado por los recursos naturales, en particular el petróleo, y la inversión extranjera.

La economía quedó abocada a una entrada de divisas que superaba la demanda y provocaba serias presiones de revaluación. Se configuró una estructura productiva en que el país se especializa en minería y servicios, y adquiere la mayor parte de los bienes industriales y agrícolas en el exterior.

La experiencia de América Latina de un siglo muestra que esta estructura, que bien puede denominarse enfermedad, no es sostenible. El abaratamiento de las importaciones y la expansión del crédito propiciada por el déficit en cuenta corriente inducen una expansión del consumo muy por encima de la producción. Lo más dramático es que da lugar a un salario más determinado por el abaratamiento de las importaciones, que por la productividad interna del capital y el trabajo, que no llega a 1% anual. Así las cosas, las economías están expuestas a exuberancias que son preludio de penurias.

El modelo que dio al país mejores indicadores que los vecinos de América Latina, pero sus debilidades estaban a flor de piel. El déficit en cuenta corriente era un claro indicador del desequilibrio de la economía y más cuando se advertía de magnitudes alarmantes en la industria. Las importaciones industriales se triplicaron en los últimos diez años, revelando un desplazamiento masivo de la producción nacional y el empleo. De allí que publicaciones internacionales, que ponderaban el desempeño de la economía colombiana con respecto a los países de América Latina, no dejaban de presentarla como una de las más vulnerables.

El proceso se agravó en los últimos dos meses. La devaluación se desborda, las exportaciones se desploman y los índices de actividad productiva y empleo decaen. Estamos ante el desenlace de la enfermedad holandesa: la confluencia del déficit en cuenta corriente de la balanza de pagos, ocasionado por la destrucción de la industria y la agricultura, y el descenso de los precios del petróleo y el carbón. El déficit en cuenta corriente de 4% del PIB que viene de atrás se verá ampliado en casi dos puntos porcentuales por la caída de los precios del petróleo. La economía quedará abocada a una estrechez de divisas que dispara la devaluación y una deficiencia de demanda efectiva que genera presiones recesivas.

La propuesta que ha salido a la palestra es sustituir la minería por la construcción. No se advierte que en un marco de expectativas de devaluación los agentes privados prefieren orientar sus recursos a los activos en dólares. Por su parte, la inversión en infraestructura vial demanda enormes recursos y genera muy poco empleo. Así, el programa de $45 billones del Gobierno ya tuvo su principal impacto. La inversión del primer año, presupuestada en $12,5 billones, tendría que repetirse en la misma cuantía en los años siguientes para mantener el efecto sobre la producción y el empleo.

No será fácil enfrentar el dilema dentro del contexto macroeconómico existente. Las políticas fiscales y monetarias expansivas amplían el déficit comercial y el endeudamiento y las contractivas acentúan la recesión. La armonización de los dos propósitos en los países emergentes requiere un sistema cambiario regulado que actué sobre los dos objetivos. Adicionalmente, habría que acudir a un marco comercial de aranceles que modere el desbordamiento de las importaciones, renegociar los TLC, regular en forma severa la entrada y salida de la inversión extranjera, y adoptar políticas industriales que rectifiquen en forma rápida el curso de los dos sectores. Sin duda, los hechos se han encargado de demostrar que la solución de fondo al nuevo panorama de la economía colombiana es cambiar el modelo imperante.

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar