Piedras y balas

Santiago Montenegro
05 de agosto de 2012 - 06:00 p. m.

EN SU RECIENTE ENTREVISTA PAra la revista Credencial, el científico Rodolfo Llinás argumentó que es posible registrar los efectos materiales de palabras o ideas que se le dicen a una persona, con un aparato llamado magneto-encefalograma, el cual registra tonalidades en distintos lugares del cerebro. Llinás explica que los efectos de las palabras son tan reales que decirle a alguien “malnacido” puede tener efectos semejantes a tirarle una piedra. Para muchos, esta afirmación puede parecer obvia. Pero no lo es. Un gran científico a nivel mundial, Llinás hace parte de una escuela que argumenta que todos los fenómenos del universo pueden ser reducidos a fenómenos materiales que, algún día, podrán ser explicados por las leyes de las ciencias naturales, como la física. Según esta escuela, cuando ordenamos los fenómenos como los del mundo material, los del mundo subjetivo o los de las ideas, lo hacemos, no por sus características reales, sino por nuestro grado de ignorancia. De allí, que Llinás haya titulado su libro sobre el cerebro como El mito del yo, en el cual argumenta que eso que llamamos el mundo subjetivo o la conciencia no existe. Son simples funciones cerebrales que pueden ser explicadas como fenómenos materiales.

Por todas estas razones, la metáfora de la palabra como piedra en boca de Llinás es realmente significativa. Porque está aceptando que una palabra, un símbolo o una estructura abstracta del pensamiento puede tener efectos reales. Es decir, algo que no es material puede tener efectos materiales.

La persona insultada puede reaccionar lanzando un puñetazo, una piedra o, más grave, disparando un arma y matando al agresor verbal. Pero dichos efectos materiales pueden ser aún más amplios y profundos si la persona insultada tiene poder, si es el jefe de un partido, es un comandante de las Fuerzas Armadas o es un jefe de gobierno.

La metáfora de la piedra, de Llinás, entonces, es significativa también para llamar la atención sobre el grado de polarización, crispación y confrontación verbal que se ha acentuado en Colombia entre varios dirigentes políticos en los últimos meses. Pedirles a algunos políticos que estudien a Llinás o a los filósofos del lenguaje es, quizá, pedir demasiado. Pero lo que sí podemos hacer es recordarles que, entre nosotros, tuvimos a un estadista como Alberto Lleras, quien entendió el alcance de las ideas habladas y escritas y siempre abogó por la palabra “pesada y medida en su responsabilidad personal y en su tremenda responsabilidad política”. En el Gobierno y en la oposición, Lleras tuvo extremo cuidado al hablar y al escribir, así como un celo permanente para ponderar a quienes eran responsables con el uso del lenguaje y para condenar a quienes lo utilizaban en forma irresponsable. En palabras que se tornaron premonitorias de la violencia física que vendría después, en un discurso ante la SAC en 1945, dijo: “La palabra imprudente del gobernante, o de la oposición, se vuelve un garrote en el villorrio, un duelo a machete en el camino rural”.

En un país con los niveles de violencia como Colombia, los altos dirigentes tienen aún más razones para ser responsables con el lenguaje que utilizan. Deben ser conscientes de las consecuencias nefastas que pueden tener expresiones irresponsables. Deben ser conscientes de que sus palabras se pueden materializar en piedras. Pero también en balas.

 

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