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PISA: Buenas pero Veladas

Alberto Carrasquilla
13 de febrero de 2014 - 04:53 a. m.

Mucho se ha escrito, aquí y en Cafarnaúm, sobre los resultados de la prueba PISA de 2012 que, como sucede cada tres años, examinó una muestra representativa de los quinceañeros del mundo en tres áreas cruciales: matemáticas, ciencias y lectura.

Sobresale, entre lo mucho que se ha dicho aquí y allá, la columna extraordinaria de Yolanda Reyes Las Brechas PISA, mi favorita desde ya para mejor columna del 2014. Señala dos cosas. Primero, cómo la brecha entre los jóvenes asiáticos y los jóvenes latinoamericanos no solo es enorme, sino creciente. Segundo, cómo en el caso colombiano, los ricos obtienen resultados idénticos a los pobres, una vez se controla por el nivel socio económico, factor enteramente ajeno a la calidad de la formación escolar misma. Combinando estos dos puntos, concluye la columnista, desoladoramente, que: “(...) la educación colombiana parece equitativamente deficiente(...)”.

La claridad y contundencia del mensaje de Reyes se puede interpretar, creo yo, como una noticia buena, pero inmensamente velada. Me explico. Si los hijos de las élites colombianas estuvieran obteniendo resultados comparables a los hijos de las élites asiáticas, no cabría esperar que estos padres satisfechos apoyaran reformas educativas de gran calado, sino más bien que se siguiera repitiendo trianualmente el estéril sonsonete, algo socarrón, de que “hay que hacer algo para el pueblo, ala”. Lo seguirán repitiendo las élites entre las élites, cuyos hijos estudian por fuera, pero ese es otro tema. Lo que Reyes nos ha dicho, al contrario, es que nuestros jóvenes más ricos navegan idéntica balsa endeble que nuestros jóvenes pobres, que no están dando la talla necesaria para vivir en el mundo que los espera y que a sus padres -todos- más nos vale pellizcarnos, tomarnos el debate educativo con seriedad, pensar críticamente y exigir seriedad y ejecución.  Pongo solo un ejemplo: el 10% más rico de los quinceañeros del país, obtuvo resultados en matemáticas que apenas empatan con el 10% más pobre entre todos los jóvenes de la OCDE, que incluye a países como Chile, México y Turquía que no son, propiamente, potentados. Repito, nuestro 10% más rico no empata con el promedio de la OCDE. Empata con el 10% más pobre.

Una segunda buena noticia velada es que nuestros jóvenes se destacan en el mundo por su compromiso y seriedad. Los que no damos la talla somos sus mayores. Me explico.

En el volumen III del informe se ve, entre muchas otras cosas, que mientras el 92% de los jóvenes colombianos dicen estar contentos en el colegio o escuela, solo el 78% de los jóvenes de los países de la OCDE dice lo mismo. El 95,6% de los jóvenes colombianos no “caparon” un solo día de clase en el último par de semanas, comparado con 85% en la OCDE. Los jóvenes colombianos creen que las matemáticas son una herramienta útil que los ayudará en el futuro y lo creen con más firmeza que los jóvenes de Singapur. El 80% considera que su maestro de matemáticas siempre le ayuda a ser mejor estudiante, mientras que esa misma visión es compartida por apenas el 47% de los jóvenes en la OCDE, 37% en Finlandia y 72% en Shanghai.

El problema arranca en el instante en que toda esta carga de confianza en sus mayores y de energía positiva se encuentra con la vida misma, con la pregunta concreta, con el papel en blanco. Nuestros jóvenes se sienten incapaces, por ejemplo, de solucionar problemas sencillos de matemáticas –el número de baldosas en un piso de tanto por tanto-- una vez los tienen por delante. Repito, no dije inseguros acerca del procedimiento ni olvidadizos de la fórmula correcta ni cosa similar. Dije incapaces. Derrotados antes de empezar.

Esa asimetría gigantesca entre lo que nuestros jóvenes creen importante y quieren hacer y lo que pueden hacer, esa imagen de una joven colombiana juiciosa y responsable, entusiasmada y optimista declarándose incapaz. Esa cara que debió poner, esa tristeza que debió sentir. Ese abismo entre las ganas enormes de enfrentar el mundo y las habilidades precarias con la que la dotamos sus mayores, le debió aplastar el alma. Y ese dolor es, en mi opinión, la imagen más horrible que tienen los horribles resultados colombianos. Pero, a la vez, debe ser una motivación adicional para que sus mayores, ricos y pobres, nos pongamos serios.

@CarrasqAl

 

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