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Poder y pronombres

Catalina Ruiz-Navarro
05 de marzo de 2015 - 02:45 a. m.

Ni siquiera me voy a referir directamente al último episodio ridículo del “usted no sabe quién soy yo” porque, para el caso, los nombres propios no son importantes. Lo importante es que el modelo es el mismo, y que nos conocemos de memoria a los personajes.

Yo quisiera que nos tomemos un momento para pensar qué significa esa frase, por qué la decimos y cómo fue que una pregunta epistemológica y ontológica devino en amenaza. No olvidemos que esa fue la forma de la orden que mató a Andrés Escobar, que era “alguien” hasta que “cometió” el ignominioso autogol en USA 94. Gallón Henao le dijo: “usted no sabe quién soy yo” y su escolta, que sí lo sabía, se levantó en automático como un perro que ataca, y lo mató.

Lo primero es que esta pregunta “¿quién eres?”, una pregunta por “el ser”, tiene una respuesta en el “hacer”. Esto tiene que ver con un sistema de producción occidental capitalista imbricado en estructuras económicas del pasado. Así que lo que soy usualmente es lo que hago: “soy periodista”, o lo que estudié: “soy filósofa”, o mi rol político: “soy mujer”. Sin embargo, no puedo ser ninguna de estas cosas sin un aval social y externo (por ejemplo, ser mujer es un diagnóstico médico que pusieron en el registro de nacimiento sin preguntarme). Por eso la pregunta: “¿quién te crees que eres?” es violenta y clasista, está diciendo “tú no te determinas, te determino yo”.

Resulta que se puede “ser alguien”, tener una “cara reconocida” (por una comunidad que la avala) y eso “abre puertas”. Esto quiere decir es que hay unas personas “especiales”, los que son alguien, que tienen más derechos que los demás, o como mínimo menos deberes. Esto es gravísimo, pues quiere decir que hay una identidad colombiana creada desde la desigualdad de derechos y, sin duda, tiene un efecto social en el país.

Esta fórmula de poder funciona porque vivimos en una sociedad con clases sociales que por poquito son castas (sólo nos faltan unas rejas entre estratos y un distintivo en la cédula) que han fomentado una cultura que castiga al insumiso (igualado, arribista, trepadora, cómo se atreve a pedir más derechos). La pregunta es: ¿quién ejercita arbitrariamente el poder y qué lo habilita para ello? En este caso el poder usualmente significa prestigio, nepotismo, posibilidades de soborno, línea directa con autoridades, conexiones criminales, poder criminal o algún medio para la retaliación. No importa si la fuente de poder es real o no, es una fórmula para invocar un poder corrupto, variopinto y atemorizante. Luego, el policía, portero, bouncer, impotente y furioso, infligirá la misma violencia en los que “no son nadie” con el poco poder que le da un uniforme. Y ese “nadie”, recibiendo la misma violencia, soñará con un día “ser alguien” para “comprarle una casa a su mamá”, como hizo Pablo Escobar. El hondo problema colombiano de desigualdad de clases y acceso a derechos se cuenta con pronombres indefinidos.

Una reflexión al margen: quizá hay una manera de pensarlo distinto. Para escapar del cíclope Polifemo, Odiseo le dijo que se llamaba “outis”, lo que traduce algo así como “ningún hombre” o “nadie”. Cuando el gigante ebrio cayó dormido, le clavaron una lanza en un ojo, y cuando se dio cuenta, les gritó a los demás cíclopes “que nadie lo había herido”. Los cíclopes (la comunidad) pensaron que estaba loco y Odiseo escapó. En un mundo digital, cosmopolita, múltiple e hipervigilado, ser “nadie” (o “cualquiera”) podría resultar más poderoso.

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