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Podredumbre informativa

Reinaldo Spitaletta
28 de enero de 2013 - 11:00 p. m.

Decía Voltaire que el arte de aburrir es contarlo todo. Con la prensa y, en general, con los medios masivos de comunicación social ocurre lo contrario.

Aburren porque no cuentan nada. O lo que cuentan es parte de un interés político, de mercados, de banderías. Y cuando no es así, entonces estamos los desprotegidos “consumidores” de noticias frente a falsas informaciones, como la reciente de El País, de España, con una fotografía de Chávez.

Alguna voz de las Españas decía que ante la avalancha de porquerías informativas que es el mundo de hoy, habría que diseñar, cada uno, una dieta frente a los mensajes y los medios. Por salud pública, incluso, sería mejor prescindir del basurero que ofrecen noticiarios televisivos, periódicos amarillistas y radios de programación banal y de mal gusto. Se propone comer menos “podredumbres informativas”, o de otro modo, desinformativas.

Quizá como una suerte de medida preventiva frente a la interesada y tendenciosa información masiva, habría que preguntarse siempre qué hay detrás de los mensajes, quién los construye y con qué propósitos. Por qué un diario puede llegar a violar los principios éticos y su manual de estilo, con la publicación de una falsa información. Cuál es el menú de un telenoticiero, de un matutino, que hace que sea más lo que se oculta que lo que se revela. A quién o a quiénes sirven la superficialidad y la descontextualización de los acontecimientos.

¿Qué es cierto y qué es falso en los contenidos de periódicos y noticieros? La falta de crítica y de distancia frente a los medios, nos ha hecho creer que todo lo que ellos dicen, aunque sea una mentira, es verdadero. El medio como una especie de deidad a la que hay que rendir tributos y exvotos porque nos revela la presunta verdad. Y, de contera, nos introducen en la ilusión o en la impostura de que lo que no salga en ellos, no existe o no es importante. Y como en casi todos ellos los contenidos son iguales, entonces el mundo es lo que los medios publican.

Y volviendo al asunto de las falsas informaciones, como las de la foto de un presunto Chávez entubado y en estado comatoso, en Colombia podemos recordar la del diario El Tiempo, hace unos años, cuando hizo aparecer al ministro de Seguridad de Ecuador reunido con Raúl Reyes. La foto del diario bogotano la utilizó la delegación oficial colombiana en una cumbre de la OEA, para “demostrar” que el presidente ecuatoriano y su gobierno apoyaban a las Farc. Sin embargo, la realidad les “aguó la fiesta” a los que acogieron y difundieron el embuste. Desde Buenos Aires, el secretario del partido comunista de Argentina, Patricio Echegaray, reveló al mundo que el de la fotografía publicada en Colombia era él y no el alto funcionario de Ecuador.

El diario El País, perteneciente como muchos otros periódicos y medios a un conglomerado de negociantes, al publicar la falsa foto acompañada de información mentirosa, ¿qué pretendía? ¿A qué obedece la manipulación de datos? ¿Por qué no hay ninguna disculpa de su dirección ante los lectores y, en particular, hacia la misma víctima del exabrupto? Con esas actitudes, la publicación española muestra no solo la violación de la ética periodística, sino, además, su catadura de medio al servicio de intereses que no son propiamente los del lector, los del ciudadano.

Los medios masivos de información se han convertido, como es fama, en voceros del poder y han vuelto añicos la calidad informativa. Ya no están en la utopía primigenia de controlar y fiscalizar los poderes, sino en un rol de acólitos, de turiferarios. Ya no son la voz de los sin voz, sino de los intereses mezquinos de transnacionales y emporios económicos.

Tal vez dentro de una necesaria “dieta de medios” habría que insistir en el boicot popular, masivo, como expresión de un quinto poder, a noticieros, periódicos o pasquines, que como El País, atentan contra la verdad. Es posible que algún día la gente diga “no queremos más porquerías, no queremos sus periódicos inmundos ni sus noticiarios de asco”. De ese modo, la información volvería a ser parte de la civilización.

 

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