Polarización y posverdad

Elisabeth Ungar Bleier
08 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

La confrontación violenta y la polarización política se agudizan todos los días. Muchos hablan de esto, pero sus protagonistas parecen ciegos frente a los efectos que genera en un país que está tratando de pasar la página de varias décadas de conflicto armado y que enfrenta serias dificultades económicas y sociales. Esto produce una sensación de miedo, de pesimismo y de incertidumbre frente al futuro y crea barreras difíciles de superar para construir proyectos colectivos.

En una reciente columna en El Tiempo, Francisco de Roux se refería a los riesgos de la manipulación política de la paz. Señalaba que ésta no es de ahora y que empezó cuando comenzaron a utilizarla, hace décadas, para fines electorales. Pero quizás hoy esto es más cierto y más peligroso que nunca, porque a la manipulación política se suma la rampante manipulación de la verdad y de las emociones para obtener fines políticos. Por ejemplo, cuando se afirma que todos los problemas del país, los del presente y los de las próximas décadas, se originan en el Acuerdo de Paz firmado entre el gobierno Santos y las Farc. Como si la desigualdad y la concentración de la riqueza y la tierra, el rechazo de los ciudadanos a la forma de hacer política en Colombia, la débil credibilidad en las instituciones democráticas y su frágil legitimidad, la impunidad frente a las violaciones de los derechos fundamentales, la corrupción sistémica o la violencia de grupos armados al margen de la ley, para mencionar solo algunos, fueran problemas que surgieron cuando se iniciaron los diálogos en La Habana.

Este contexto de enfrentamientos permanentes y de verdades a medias no permite mirar más allá de la coyuntura y de los intereses personales. Posiblemente este va a ser el clima predominante en los debates en el Congreso en los próximos meses y en el proceso electoral que se avecina.

Liderazgos débiles y personalismos exacerbados, en un contexto de manipulación política y de posverdad, son la combinación perfecta para que nada cambie y para que las condiciones que dieron origen a la violencia, la discriminación, la pobreza, la corrupción, la exclusión y el deterioro de la política se perpetúen. Por eso no sorprende que propuestas que buscan desmontar privilegios y cambiar las formas de acceder al poder y de ejercerlo, reformar la justicia, garantizar los derechos de las minorías y generar condiciones para disminuir las desigualdades, se tropiecen con obstáculos que terminan desvirtuando los objetivos que les dieron origen. Esto es lo que puede suceder en los próximos meses con proyectos como la reforma política, la Jurisdicción Especial para la Paz o la Ley de Tierras.

Pero también es una oportunidad para que los ciudadanos asumamos la responsabilidad de que las cosas cambien. Que el sueño de construir un país en paz y el cumplimiento de los compromisos adquiridos no se vea opacado por las conveniencias o intereses de unos pocos en detrimento del interés general. Pero sobre todo, para que les exijamos a los aspirantes a la Presidencia y más adelante al Congreso de la República, a los miembros de la Rama Judicial y de los organismos de control, que le devuelvan la dignidad y la legitimidad al ejercicio de la política y de la función pública.

 

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