Policódigo y corrupción con machete

Mario Méndez
10 de febrero de 2017 - 03:53 a. m.

Con un sentido opuesto, la manera de difusión que se ha dado en estos días deja ver el implícito oficial de que la Policía está fuera de la posibilidad de comportarse en contravía de una conducta socialmente apropiada. En todo caso, está bien que se establezcan unas normas mínimas siquiera hacia el propósito de hacer de la nuestra una sociedad equilibrada. El Código contiene principios deseables para una colectividad avanzada, y del difícil cumplimiento de las pautas de convivencia algo quedará para moldear un ambiente más cívico, menos agresivo, más propicio para la construcción social que siempre soñamos.

Por estos días aparece el texto en manos de mucha gente, lo cual nos parece positivo, pues el hecho refleja un plausible afán por contribuir a que el país no se desmorone con tanto desmadre como el que consignan los medios de comunicación, en el contexto de una cultura precaria que desconsuela.

Ahora bien, el Código llega cuando se acentúa la preocupación social ante los niveles de corrupción que azotan al país. Son incontables las siglas, los nombres y los casos de soborno, de cohecho, de untadas billonarias que demandan una respuesta del Estado, porque esta despampanante ola de triquiñuelas no se puede manifestar sin que nadie con autoridad se dé cuenta a tiempo y no cuando las uñas han crecido tanto.

El alto funcionariado no puede convencernos de que es imposible controlar lo que pasa en municipios y departamentos donde existe una especie de “tradición” y se conocen apellidos y linajes que obran casi a la luz del día. En La Guajira, donde los gobernadores desfilan consecutiva y radicalmente ante los tribunales que no se sabe qué harán finalmente con los peculadores, hace unas semanas estuvo Cristina Plazas, directora del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, cuya presencia estaba justificada por el continuado asalto a los almuerzos de los escolares, en aprovechamiento de contratos que carecen de auditoría previa porque en algún momento al legislador le pareció que era mejor eliminarla.

Pues la llegada de la funcionaria parecía una escena del oeste peliculero: un grupo de personas, sin cubrirse la cara, le advirtió que si ella iba a firmar nuevos contratos para los suministros escolares éstos debían ser con fulanitos, justo quienes se llevan una buena tajada de las partidas de los niños, dándoles cualquier cosa como refrigerio.

Interrogantes: ¿El Gobierno sí se sentirá capaz de salirles al paso a las inveteradas acciones de la corruptela organizada? ¿O será que coinciden aquellos linajes con las bases de apoyo para hacerse elegir?

*Sociólogo Universidad Nacional.

 

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