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Política ficción: nueva república islámica

Mauricio Rubio
08 de enero de 2015 - 02:20 a. m.

En 2022, tras una segunda presidencia socialista, triunfa la alianza que, liderada por un islamista, atajó a la ultraderecha francesa.

Dos partidos tradicionales debilitados apoyaron a la Fraternidad Musulmana que gana las elecciones. El nuevo presidente, Mohamed Ben Abbes, busca fortalecer Europa desplazando el centro de gravedad al Mediterráneo. Los musulmanes ceden en la repartición de ministerios pero exigen controlar la educación nacional, que se privatiza. Los profesores no convertidos son expulsados con jugosas indemnizaciones de las monarquías petroleras. Poco a poco las mujeres vuelven al hogar, se legaliza la poligamia, el desempleo cede y bajan los impuestos. François, profesor de la Sorbona, vive en un edificio medieval parisino pero planea mudarse al barrio chino para evitar una eventual insurrección. Considera que la prohibición de escotes y minifaldas ha sido un alivio que acaba la provocación. Convertido al islam, se alegra de poderse casar con tres mujeres jóvenes y sumisas. Myriam, una amiga, se va para Israel con sus padres para huir del nuevo antisemitismo de izquierda.

Todo esto ocurre en ‘Soumission’, la última novela de Michel Houellebecq, recién lanzada con 150 mil ejemplares. El presidente de la Sorbona en la obra recuerda al profesor universitario francés amenazado en el 2006 por los islamistas, y el título es el de la película del holandés Theo Van Gogh asesinado por otro fundamentalista en el 2004 por describir la condición de la mujer en el mundo musulmán.

La izquierda francesa se dividió ante esta provocadora ficción. Mientras algunos califican al autor de islamófobo, acusándolo de avalar ideas reaccionarias, otros consideran que el escenario es plausible y “pone el dedo donde hace mucho daño y los progresistas gritan ¡ay!”. Intelectuales liberales anotan que la intolerancia política “à gauche” ya roza el fundamentalismo.

Con el desastroso gobierno del socialista François Hollande, el despiste programático e ideológico de la izquierda francesa es inocultable, y similar al de España. Las recetas económicas de oferta, la imposibilidad de retener empresas que se instalan en países con salarios bajos y ventajas fiscales o la reacción perversa de apretar a las clases medias con impuestos y pagos por servicios antes gratuitos ya no la distinguen de la derecha. Su actitud ante los “ilegales” se diferencia en minucias.

Parte del desconcierto surge de contradicciones acumuladas que hicieron metástasis. La más protuberante es la libre circulación global de mercancías y capitales con crecientes restricciones a los flujos de trabajadores. Ya es imposible echar para atrás la “deslocalización” de empresas buscando mano de obra barata, un fenómeno que resultó socialmente más oneroso de lo que hubiera sido la apertura de las fronteras al trabajo inmigrante. Fuera de reconocer que los derechos humanos no son tan universales y de volver a tomarse en serio la libertad de opinión, la izquierda tendrá que superar prejuicios como que el crimen no necesita represión o que los controles al gasto público son siempre regresivos. La confusión sobre la inseguridad y la criminalización de los ‘ilegales’ generaron racismo y xenofobia. Además de monumentales inversiones en elefantes blancos, el idealismo promovió una casta de parásitos, no siempre desempleados, que viven del Estado, como los estudiantes que se matriculan por años sin asistir a la universidad para tener el subsidio de alquiler o los tinieblos que viven a través de sus mujeres, supuestas madres solteras, de ayudas estatales. Las ingratas tareas de recortar gasto social, enfrentar fundamentalistas duros, manejar el chantaje de empresas con el dilema impuestos o empleo y soportar la indignación de las clases asalariadas agotan por igual a la izquierda y la derecha, que ya parecen intercambiables. Emmanuel Macron, flamante ex banquero en Rothschild & Cie y ministro de Economía socialista francés se diferencia poco de Luis de Guindos del PP Español, salvo en su sentido del humor. Ante la última andanada tributaria a las fortunas francesas, Macron anotó: “esto se volvió como Cuba, pero sin sol”.

La incoherencia de las doctrinas con el mundo globalizado, el resurgimiento religioso y la incapacidad de la izquierda para entender ese fenómeno agudizando, por el contrario, la intolerancia con las disidencias a su visión correcta, son un terreno fertil para que un novelista irreverente asuste con fantasmas musulmanes que compitan con las utopías populistas de Marine Le Pen o Pablo Iglesias.

Ojalá –quiera dios- que algún escritor colombiano se anime a proponer un escenario de política ficción más realista, sutil y coherente que la guerra furibista, el castro-chavismo y el nirvana agrarista.

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