Política y realismo mágico

Klaus Ziegler
21 de mayo de 2014 - 11:21 p. m.

Aunque sobrarían razones para no preferir a ninguno de los candidatos que encabezan las encuestas, éstas muestran, no obstante, que a la hora de ir a las urnas pesan más los odios, los fanatismos y los intereses personales.

la responsabilidad del candidato-presidente en los llamados “falsos positivos”, eufemismo para encubrir miles de crímenes infames, sería razón suficiente para no reelegirlo, ni para haberlo elegido. No es posible lavarse las manos destituyendo a una docena de generales. Ello no lo limpia de su responsabilidad ética, pues en aquel entonces era Santos ministro de defensa. El hecho de que a nadie parezca importarle, ni siquiera a sus enemigos políticos, es la demostración incontestable de los extremos a los que puede llegar la indolencia y el menosprecio por la vida de los más pobres y frágiles.

De otro lado, luce patética la imagen del candidato del Centro Democrático: mendaz, sumiso, subordinado a su capataz. Resulta difícil respetar a quien parece desprovisto de vida propia, a un golem manipulado por la mano intrigante de un político en extremo habilidoso, un pinocho en las manos de un Geppetto funesto.

Uribe afirma poseer información que, de ser cierta, demolería la campaña de su rival, ¡pero no la muestra! ¿Podría pensarse en un argumento más pueril? Y la historia sale a la luz justo tras conocerse actividades ilegales que comprometerían gravemente a Zuluaga, quien ahora aparece también involucrado en un video que, tras informes pericial preliminares parece ser veraz. Y si fuera así, razones de sobra habría para pedir su renuncia fulminante y una investigación penal. No es impensable que el exministro pueda terminar chamuscado, víctima de quien siempre han sabido apostar el pararrayos en el preciso lugar.

Ahora “el Zorro” se ve arrinconado, y adopta la estrategia preferida de su instructor: el ataque como defensa. Y ya salió a dar dentelladas, recordándoles a los colombianos cómo Santos fue sindicado en un montaje hace unos años en el caso del almirante Arango Bacci. Es la conocida falacia “tu quoque” (tú también) que le permite al candidato de la derecha eludir cualquier explicación de sus presuntos vínculos con los ilegales.

Aquellos indoctrinados en el mesianismo ciego del uribismo no parecen recordar las incongruencias, las contradicciones flagrantes de su líder: jactarse de ser respetuoso de la ley, pero justificar a quienes huyen prófugos de la justicia, si se trata de sus protegidos; o no mostrar reparos a la hora de increpar a los jueces, llamándolos “tinterillos”, “aliados del terrorismo” cuando investigan a sus amigos; preciarse de honrar las instituciones, pero no mostrar vergüenza a la hora de pedir el apoyo de los corruptos “antes de que los metan a la cárcel”; fungir de patriota, con la mano en el pecho, pero ser capaz de revelar de manera irresponsable información reservada de las Fuerzas Militares.

Como antídoto contra la amnesia selectiva es preciso recordar otros hechos “insignificantes”: los espionajes a la oposición, a las altas Cortes, a los periodistas… El cohecho, para garantizar la reelección a cambio de notarías; los peculados; los “falsos positivos”, los escándalos de Agro Ingreso Seguro o aquella reunión clandestina en los sótanos del Palacio de Nariño con el enviado de un jefe paramilitar; o el caso “Tasmania”. Como es costumbre, el expresidente ha defendido siempre sus acciones, “cargado de tigre” (es decir, de vulgaridad y grosería), pero nunca de argumentos.

También es preciso recordar sus muchas acusaciones en el pasado: su denuncia contra un magistrado de la Corte Suprema, por prevaricato, luego de que el juez pidiera investigar a uno de sus hijos por el “carrusel de las notarías”. Su acusación contra un decidido colectivo de abogados, y contra un periodista independiente, por sus supuestos vínculos con grupos terroristas. Su testimonio “bajo la gravedad del juramento” (en sus propias palabras) de una supuesta visita de Vargas Lleras al (no entonces) ministro Santos tras el atentado del cual fuera víctima en 2005. ¿Y las pruebas? ¡Ninguna hasta la fecha!

Pero si entre los fanáticos prevalece la mala memoria, en la campaña de “los zorros” el cinismo desborda los límites del realismo mágico: primero se negó cualquier relación con el “hacker”. Después se dijo que sí lo conocieron, en una visita casual de la que nadie se acordaba. Luego, cuando se conoció el video, salieron en jauría a calificarlo de "vulgar montaje". Con el transcurso de las horas, sin embargo, la versión fue cambiando: ahora el “cerebro pensante” del uribismo, Francisco Santos, nos explica que Zuluaga sí se “equivocó”; perdón: ¡“fue inexacto”! El candidato amnésico parece por fin recuperarse del alzhéimer, y ya empezó a acordarse de otras conversaciones con el “hacker”. ¿No es esa la inconfundible táctica estalinista: mentir, mentir y mentir, que algo queda; enlodar, enlodar y enlodar, que algo se pega?

Pero no hay solo cinismo, sino también soberbia: ¿cómo pretende un senador recusar al Fiscal General y sentirse con derecho de elegir a sus jueces, cuando ha sido llamado en calidad de testigo, no de acusado, para revelar evidencias de supuestos actos gravísimos que comprometerían nada menos que al mismo presidente? ¿No ese el deber ético de cualquier ciudadano?

¿Tienen importancia todos esos hechos a la hora de evaluar la estatura moral de quienes se muestran como individuos íntegros, patriotas pura sangre? ¿No sería relevante tener en cuenta, por ejemplo, el hecho de que más de 250 denuncias pesen en contra de su líder supremo, amén de varias otras investigaciones en tribunales internacionales?

Por supuesto que no se trata de dar razones, ni de mostrar evidencias, pues ningún razonamiento ni hecho alguno hará cambiar de opinión a los fanáticos. Es el clásico desprecio por la verdad, la demostración fehaciente de nuestra capacidad ilimitada para doblar la lógica, para anular la realidad.

¿Cómo pueden semejantes individuos tener un lugar de honor en el corazón de millones de colombianos? Quizá ello sea la mejor demostración de que en asuntos de política, la razón y la objetividad son fuerzas muy débiles ante el ímpetu desbordado de los caudillismos, de las ideologías, de los intereses personales y de las fuerzas atávicas de la irracionalidad y el fanatismo.
 

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