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Por favor, no la veas...

Aura Lucía Mera
25 de febrero de 2013 - 11:00 p. m.

Es el comentario más generalizado cuando se habla de la película Amour. Y sin embargo, Amour se levantó con el premio Óscar a la mejor película extranjera.

 Su director, el austriaco Michael Haneke, considerado “el cineasta de la crueldad”, arrasó no solamente en los festivales de cine europeos, sino que sedujo a Hollywood.

Esta historia de amor, solidaridad, dolor e impotencia de una pareja en la recta final de la vida, en su apartamento de París, con la actuación soberbia de Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva, toca las fibras más delicadas y extrañas del ser. Los espectadores se sienten afectados, salen los sentimientos de culpa, de rechazo hacia la vejez, de evadir el dolor que produce ver la decadencia de seres queridos, revive viejas tristezas, produce temor, y muchos prefieren no verla.

La he visto dos veces. La volvería a ver. No sólo por la historia en sí, sino por observar de nuevo la actuación de esos dos monstruos. Cada gesto. Cada parpadeo. El contacto de dos manos, ya ajadas por el tiempo, pero en cuyas sangre fluye la corriente. La impotencia de un hombre que enfrenta solo, y asume, cuidar a su mujer hasta el final. La indiferencia y dureza de esa hija egoísta y altanera y su derrumbe final. La discreción y la defensa de la intimidad contra viento y marea. Ese apartamento, lleno de recuerdos. El piano cuyas teclas jamás volverán a sonar. Los libros que ya no se leerán jamás. Y esa puerta cerrada, sellada con cinta, que nunca se abrirá de nuevo, poniendo punto final a un ciclo de vida de una pareja que se amó.

Me pregunto por qué cualquier película que nos lleva al sufrimiento, muerte, dolor, de un niño, un adolescente o una pareja joven, en la plenitud de la vida, atraen tanto, y logran la compasión y la identificación de los espectadores, y esta , Amour, tal vez la más delicada, la más sutil, la que toca las fibras más profundas, pero que se sitúa en el ocaso de la vida de dos seres que se aman, produce semejante temor, rechazo, pánico o inclusive asco. ¿Tal vez porque es la más real? ¿Porque las pieles gastadas ya no atraen? ¿Porque la impotencia ante la vejez desencadena rabia? ¿Porque es mas cómodo enviar a los ancianos a “sitios donde los cuidan” y los más próximos se evitan el contacto y dolor diario? ¿Porque la muerte por el desgaste físico despierta horror? ¿Porque no queremos enfrentar la realidad y es mejor ver los colores al estilo Disney?

No sé. Se me abren interrogantes. Lo único que sé es que todos, hombres y mujeres, amantes del buen cine, o sin temor a mirar la realidad del final del camino, asistan y la vean. Se dejen llevar por los mínimos detalles y abran el corazón a ese amor, esa ternura, esa tristeza y ese valor, de acompañar al ser amado hasta su destino final. Para luego diluirse en las sombras de un nuevo sendero incierto o inexistente.

P.D. Otro must. Los miserables. La obra magna de Víctor Hugo, vigente. Los problemas de miseria, hambre, injusticia, amor y rebeldía no han cambiado. Tres horas que quedarán marcadas en nuestra impronta. Música, actuación, vestuario, escenas y ese mensaje eterno de Víctor Hugo por descubrir un mañana. Esa esperanza siempre truncada por los que detentan el dinero y el poder...

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