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Por partida triple

Francisco Gutiérrez Sanín
08 de mayo de 2009 - 02:18 a. m.

EL TEMA DE LAS TEORÍAS DEL COMplot  tan popular en Colombia siempre me ha divertido muchísimo, y ahora, como la vida nunca le ahorra a uno nada, me encuentro del otro lado de la barricada, sosteniendo una de ellas sin sonrojarme.

Pues creo indudable que en el DAS hubo un complot, en cualquiera de las tres acepciones que trae el diccionario de la Real Academia: “conjuración de carácter político y social”, “confabulación de dos o más personas contra otra u otras”; “trama, intriga”.

La tercera es obvia: con lo del DAS estamos viviendo una de las muchas y complejas “tramas” paralelas de corrupción desaforada con que nos ha querido regalar el gobierno de la seguridad democrática. Para sostener que la segunda también está presente, basta con constatar que en el acto participó un número plural de personas, y que querían hacerle daño a alguien. Las informaciones que ha publicado regularmente la revista Semana sobre el particular no dejan dudas al respecto. Queda la primera por examinar. Conjuración denota una acción en la que participan varias personas o entidades. Es claro que los eventos que comento no se limitaron al DAS (de hecho, la ex directora de la entidad, María del Pilar Hurtado, dijo explícitamente que había recibido sugerencias de Palacio). Escarbar en los basureros de los magistrados de la Corte Suprema, o de los políticos de la oposición, o de periodistas incómodos, le da al episodio su “carácter político y social”.

¿En qué se diferencia esta simple constatación de las teorías del complot, que se han ganado —justificadamente— tan mala fama en el análisis social? Aquellas teorías cometen a mi juicio al menos tres errores fundamentales. Primero, confunden el hecho de que la gente se una para obtener objetivos explícitos y egoístas —que al fin y al cabo es la materia prima de la política cotidiana— con el que siempre puedan conseguirlos. Mucha gente arma diseños para obtener metas, a menudo contradictorias, pero aquellos se anulan parcialmente entre sí. Es decir, no podemos perder de vista que la política no sólo es intencional sino también interactiva: no hay agentes superpoderosos que puedan hacer lo que les dé la gana desde la oscuridad de una logia. Segundo, demonizan ingenuamente al adversario: suponen que siempre busca hacer el mal. Tercero, confunden evidencias circunstanciales —además selectivas— con la plena prueba. Ahora bien, no olvidemos que los cuentos de hadas —todos los niños, o los gobernantes, se portan bien— son igual de inverosímiles.

Para evitar las trampas de las malas teorías siempre es bueno, pues, dejar abierta la puerta a la duda razonable. Digamos, en este caso, que es posible (no probable) que el complot del DAS no haya provenido directamente de Presidencia. Creo que esta hipótesis es casi, casi tan mala como la alterna. Pues sugiere una aterradora descomposición del Estado. Lo que nos muestra la evidencia disponible no es un errorcillo de mandos medios, sino la existencia de un clima político —que persiste, que se ahonda— que permitió la captura de buena parte de una institución clave por gentes altamente criminalizadas, interesadas en dañar a la justicia y a la oposición. Esto, digo, en la (poco probable) hipótesis optimista…

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