Por suerte perdió Hillary

Juan Carlos Botero
16 de junio de 2017 - 02:00 a. m.

Me caerán rayos y centellas por decir esto, pero a estas alturas siento un alivio inmenso de que Hillary Clinton no haya ganado las elecciones en EE. UU. Yo juraba que iba a triunfar, y por mucho, y quedé desmoralizado con su derrota. Y no sólo porque creía que el país había perdido una oportunidad histórica de elegir a una mujer, y una mujer con una trayectoria y una experiencia diplomática y de gobierno excepcionales, sino porque, en cambio, había elegido a un bufón racista y misógino, intolerante y totalmente ignorante de cómo funciona un gobierno y cómo se deben manejar las relaciones internacionales.

Sin embargo, hoy pienso distinto. Más aún, creo que la derrota de Hillary fue uno de esos afortunados giros del destino que no son evidentes a primera vista. ¿Por qué?

En primer lugar, con una mayoría republicana en el Congreso, y para más señas esta mayoría reaccionaria y antidemócrata, con seguridad ella no habría podido gobernar un solo día. La misma estrategia que ese partido le aplicó a Obama, una oposición de tierra arrasada a toda iniciativa, con Hillary, por ser mujer y además una Clinton, habría sido brutal. Su esfuerzo por gobernar habría sido un largo, penoso, frustrante e inútil desgaste de políticas y programas. Su mandato, dicho en breve, y no por culpa de ella, habría sido un fracaso. Y sus ideas progresistas habrían sido injustamente desacreditadas.

Peor todavía: sin duda alguna ella no habría terminado su mandato, pues este Congreso le habría entablado un juicio político sobre escándalos inexistentes y con pruebas fabricadas. Donald Trump es un pésimo perdedor y tras su derrota él no se habría refugiado en su torre de mal gusto, sino que habría montado un canal de opinión peor que Fox, asesorado por la escoria de Bannon y otros fascistas, escupiendo a diario infamias y noticias falsas, destruyendo la honra y la reputación de toda persona vinculada a la Casa Blanca. En otras palabras, el gobierno de Hillary habría sido histórico, pero por otra razón inaudita: tanto ella como su marido habrían sido la única pareja en la historia de EE. UU de padecer, ambos, un proceso de impeachment.

En tercer lugar, si Hillary hubiera ganado las elecciones, nos habríamos privado de ver, en todo su esplendor, la basura que es Trump. Y no sólo eso: millones de personas habrían quedado con la sensación de que el país fue injusto con él, de que no le dio una oportunidad de gobernar, y Trump habría quedado investido de un aura de mártir. Es decir, en vez del deterioro y el desprestigio de sus propuestas que hemos visto en estos meses, esas mismas propuestas habrían recibido un aliento de legitimidad y una añoranza de validación. Y eso habría sido catastrófico.

En suma, con Hillary maniatada, incapaz de gobernar y sacada a patadas del Ejecutivo por un proceso de destitución, la agenda demócrata habría quedado deshecha y la republicana reforzada. Y en vez de ser reveladas todas las vilezas de Trump, con sus negocios sucios, sus torpezas diplomáticas y sus atropellos a las minorías y a otros líderes mundiales, su imagen y poder habrían crecido. Lo bueno es que después de su mandato, Trump y sus aliados, con sus ideas de cavernícolas y sus tesis medievales, serán impopulares durante años. Pero si Hillary hubiera ganado, habría sucedido lo contrario.

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