Posibilidades de competir

Hernán González Rodríguez
24 de febrero de 2017 - 02:00 a. m.

De acuerdo con el presidente de la Sociedad de Agricultores de Colombia, Rafael Mejía, nuestras importaciones de alimentos siguen creciendo en forma acelerada, de unos 11 millones de toneladas importados en 2015, nos aproximamos a los 14 millones en 2016. Las exportaciones no pasan hoy de modestos 5 millones de toneladas por año.

Esta tendencia resulta ser incomprensible para algunos colombianos, porque siempre hemos entendido que disponemos de grandes posibilidades en tierras fértiles, agua, mano de obra, demanda… elementos estos suficientes para autoabastecernos y exportar.

Poseemos, además, 43 millones de hectáreas dedicadas a actividades agropecuarias, de las cuales tan solo 7 millones se dedican a cultivos. Contamos con una tasa de cambio devaluada no menos del 30% que no invita a importar, y, sin embargo, importamos maíz, torta de soya, fríjoles… Los acuerdos de paz Farc-Santos, se supone que ya deberían estar elevando las inversiones, la producción y las exportaciones del agro, dificultadas estas durante 60 años por los desplazamientos, los secuestros y las extorsiones de campesinos.

Entiendo que las cuantiosas exportaciones de alimentos de Brasil y Argentina provienen de cultivos de grandes extensiones de terreno explotadas con capital, técnicamente y casi totalmente mecanizadas. Colombia parece contar con esta posibilidad. De acuerdo con la FAO figuramos entre los escasos cinco o seis países con potencial en el planeta para contribuir a alimentar la humanidad.

¿Qué nos impide aprovechar estas posibilidades? 1. Invertir en el agro no es atractivo debido a las incertidumbres creadas por la innecesaria reforma agraria integral que se pactó en los acuerdos Farc-Santos. 2. Resulta complejo competir con los subsidios agrícolas de los estadounidenses, del orden de los US$20.000 millones por año y de los US$40.000 billones por año de la Unión Europea. 3. Casi imposible superar las barreras no arancelarias de los países ricos o exportarles a países paupérrimos. 4. Nuestra tributación exagerada. 5. La globalización ha funcionado bien para los países ricos, mas no así para los países en desarrollo.

Dificultades para exportar confecciones. En Medellín, Bogotá y algunas otras ciudades del país existieron empresas confeccionistas tanto para el consumo doméstico como para exportar. Pero ahora resulta que existen competidores imbatibles como Bangladesh, país asiático con 160 millones de habitantes que viven en una reducida área de territorio, 147.570 km2, cifra esta algo mayor que el doble del área del departamento de Antioquia. Entre el 10% y el 15% de la población padece desnutrición.

Funcionan en Bangladesh 4.500 fábricas de textiles que se incendian o se derrumban con frecuencia. El 60% de sus prendas se produce para las más prestigiosas firmas de moda europeas y el 40% para las estadounidenses ―blue jeans, en especial. A ninguna de las prestigiosas le importa las condiciones inhumanas de las costureras. La confección les aporta tan solo el 5% del PIB a pesar de emplear el elevado 45% de la población. Registran el salario mínimo más bajo del planeta, 68 dólares por mes, por 54 horas semanales de trabajo. Figuran como el segundo productor mundial de confecciones, tras China.

Al analizar lo anterior, llega uno a coincidir con el premio Nobel de Economía de 1991, Joseph Stiglitz: dondequiera que las informaciones y los mercados son imperfectos, como acontece en los países en desarrollo, no funciona la mano invisible de Adam Smith para elevar el nivel de vida de todos los países al mismo tiempo, cual botes cuando sube el agua, tal como se esperaba que aconteciera con la globalización. De los tratados de libre comercio a la práctica hay demasiado trecho. Apremia replantear la globalización.

 

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