Princesas con síndrome de Down

Keston ot-Dahl, madre y ciudadana estadounidense, acaba de lanzar una campaña, a través de internet, para pedirle a Disney que incluya personajes con síndrome de Down y otras “discapacidades” en sus películas.

El eslogan de la campaña, que ya ha recogido más de 70.000 apoyos, dice: “Toda pequeña niña quiere sentirse como una princesa”. En el afiche aparece una niña con síndrome de Down que sonríe y lleva puesta una corona y un cetro de color rosado.

En principio, la campaña tiene un punto. Es importante que haya inclusión y diversidad para que todos los niños puedan identificarse con los personajes que aparecen en las películas. Sin embargo, el énfasis que hace Ott-Dahl en la figura de la princesa de Disney, sin quererlo, está cayendo en los mismos estereotipos que se quiere denunciar. Una cosa es que haya héroes o protagonistas con síndrome de Down y otra es que nuevamente se apele al modelo de la princesa.

Aquí no me interesa volver a la ya conocida crítica hacia Disney por mostrar a sus princesas enamoradas, en un mundo utópico de castillos y príncipes que las rescatan. Al fin y al cabo, las historias de las princesas son mucho más complejas y tienen muchos más matices que los que la crítica les atribuye. El problema que me interesa resaltar es la manera como se formula la petición: se pide que haya princesas de muchas formas y no que haya distintas formas de mujeres. Me explico: cuando se tiene un prototipo (la princesa) y una “desviación” del prototipo (princesa latina, negra, con síndrome de Down, etc.), sigue existiendo un tipo ideal.

Es bueno que haya princesas, pero como un personaje más, entre muchos otros. Cuando se aspira siempre al mismo prototipo se elimina la diversidad y la mujer queda atrapada en un cierto ideal de rol. Toda educación tiene una normatividad que se ve reflejada en las distintas expresiones de la cultura popular. Sin embargo, lo que se enseña debe variar para que no haya una única posible construcción de identidad.