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Prohibir, prohibir y prohibir

Nicolás Uribe Rueda
12 de octubre de 2012 - 11:00 p. m.

A pesar de la gestión pública moderna admite toda clase de soluciones innovadoras para resolver los problemas circunstanciales y estructurales de nuestro tiempo, lamentablemente los ciudadanos seguimos siendo víctimas de la falta de creatividad o de la pereza de nuestros gobernantes.

Como consecuencia de lo anterior y ante la ausencia de políticas públicas que transformen la cultura ciudadana o introduzcan variables que incentiven comportamientos deseables, la fórmula más usada por los gobernantes, aquella que está siempre disponible, es la de prohibir. Esta receta para gobernar es la más rápida, requiere tan sólo una firma y nunca escapa al cubrimiento mediático que envidian aun las transformaciones sociales más exitosas.

La de prohibir es además una costumbre de la que no escapan ni siquiera los gobernantes de izquierda, aquellos que se ufanan de ser los voceros de las libertades públicas. En apenas unos meses, Colombia ha avanzado como nunca en materia de restricciones: se prohibió portar armas legales, se prohibieron las corridas de toros, no se les permite a los menores salir a la calle y está prohibido a comerciantes vender bebidas en determinadas circunstancias. Ahora, según dicen, prohibirán también fumar en la calle y en los espacios que para fumadores han establecido los establecimientos de comercio.

Lo curioso es que la ausencia de imaginación para impulsar medidas no prohibitivas no se compadece con la gran capacidad para inventar las más raras y absurdas contravenciones. En Lebrija, por ejemplo, se decretó la prohibición de ingreso a la Alcaldía para aquellos que vistieran con pantalonetas, camisas sin mangas, bermudas o chancletas. Y como no salió del todo mal, el experimento por recuperar el decoro en la administración pública fue copiado por Chinácota. Más tarde, la propia Gobernación de Córdoba emitió una circular en donde se obligaba a las empleadas a no usar escote y “blusas de tiritas”, y hace algunos años, un alegre alcalde de Cali, para evitar la desconcentración de sus empleados, decidió prohibir el uso de ropas ligeras. En El Banco, Magdalena, se les ocurrió impedir a los ciudadanos beber en los días santos, para fomentar el recogimiento y la reflexión.

Y es que hay restricciones para todos los gustos. Un municipio mexicano combate los embarazos no deseados proscribiendo las minifaldas, el alcalde de Nueva York busca disminuir la obesidad desterrando las bebidas de gran tamaño y el de Roma decidió multar a quien comiera en las plazoletas, como reacción a la falta de canecas. En seis ciudades de varios continentes están prohibidos los besos en el espacio público y una funcionaria en el Japón no permite a los barbudos trabajar en su gobierno.

La alcaldesa de Wellford (EE.UU.), para evitar lesiones, prohibió a la Policía perseguir a los sospechosos cuando huyen, y en Falciano de Massico, en Italia, y Biritiba-Mirim, en Brasil, la falta de cupos en los cementerios fue resuelta a través de multas para quienes murieran antes de tiempo.

Ahí están pues, algunas prohibiciones para todos los gustos; ideas para que nuestros mandatarios sigan ejerciendo con imaginación la difícil tarea de gobernar.

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