Promesas a la galería, negocios con los propios

Sergio Otálora Montenegro
29 de abril de 2017 - 02:00 a. m.

MIAMI. —Las devastadoras contradicciones de su mandato terminarán por explotar en las manos de su propio inventor.

Le prometió a la clase obrera gringa volver al paraíso de la producción manufacturera y las minas de carbón, y prometió también que acabaría con el Tratado de Libre Comercio con México y Canadá, y que habría seguro de salud para todos, a precios menos onerosos que el llamado “Obamacare” (la ley de salud asequible promulgada durante el primer gobierno de Obama), y que los peces gordos de Wall Street no tendrían de rehén al presidente y se acabaría esa permanente paralización de Washington por la incapacidad de la Casa Blanca de llegar a acuerdos políticos con la oposición.

A 100 días de su gobierno, Donald Trump sigue con sus promesas (incumplidas) para la galería y su puñado de órdenes ejecutivas (expedidas a espaldas del Congreso) que tienen felices a los propios: a los grandes capitales, a las empresas tecnológicas, a los poderosos especuladores financieros, a la industria petrolera.

Este fin de semana se verá si el Partido Demócrata pone al gobierno contra la pared. ¿La razón? Los republicanos se empecinan en sacar adelante un proyecto de ley que busca derogar y reemplazar el Obamacare por una propuesta peor que ni siquiera fue sometida a votación en el mes pasado. Por lo tanto, los demócratas en el Senado podrían jugar la carta radical de paralizar el gobierno federal al no existir los votos necesarios para aprobar la extensión de un presupuesto que financie las operaciones del gobierno central.

El Partido Republicano, con tal de darle a su jefecito Trump el regalo de alguna ley aprobada por lo menos en la Cámara, busca sacar adelante un proyecto de reforma a la salud que significaría volver a las preexistencias y quitarles subsidios necesarios a millones de personas que los necesitan para poder acceder a un seguro médico.

Al mismo tiempo, el equipo económico del actual presidente anunció un gaseoso proyecto de reforma tributaria que reduciría la tasa impositiva a las empresas del 35 % al 15 %. A los grandes capitales se les ha hecho agua la boca con el anuncio, sin importar que eso pudiera aumentar el déficit fiscal. Dicen que una reforma tributaria, diseñada bajo ese principio, no llegaría viva al Congreso, pero la pregunta que con seguridad las mismas bases de apoyo a Trump se empezarán a hacer, más temprano que tarde, será muy sencilla: ¿Para quién está gobernando este impredecible orate, de copete amarillo, que elegimos como defensor y representante de nuestros intereses?

El 54 % de los estadounidenses, que respondieron una encuesta reciente del Wall Street Journal y NBC, desaprobaron el desempeño de Trump a los 100 días de su gobierno. “Es un estándar ridículo”, reaccionó el mandatario, sin importarle que, durante su campaña, hiciera una promesa a sus electores sobre las grandes cosas que haría, y sobre todo ejecutaría, en los primeros tres meses de su administración. Su incapacidad ya ha hecho historia, porque desde Dwight Eisenhower ningún presidente había registrado un porcentaje tan alto de impopularidad en un tiempo en el que se supone que vive una luna de miel con la opinión pública.

En el frente migratorio el espíritu extremista del actual gobierno se ha estrellado con las decisiones de las cortes y la cruda realidad. La prohibición a la entrada de refugiados de seis países de mayoría musulmana fue suspendida por una corte. La intención de quitarles dineros federales a las llamadas ciudades santuario (en las que las autoridades locales no colaboran con las centrales cuando se trata de perseguir indocumentados que no hayan cometido delitos graves) también se chocó de frente con la decisión de un juez que suspendió de manera temporal esa orden ejecutiva.

Y el “hermoso e impenetrable muro” en la frontera sur que prometió Trump en todas y cada una de sus manifestaciones a lo largo y ancho del país como candidato republicano está en la práctica congelado ante la realidad de que los demócratas y una porción de los republicanos no le caminan a esa idea loca.

Por unos días los 59 misiles Tomahawk lanzados contra una base militar en Siria generaron comentarios favorables a Trump. También fue bien recibida por los halcones de siempre la utilización de la “madre de todas las bombas” que los militares estadounidenses dejaron caer en un supuesto túnel donde se escondían terroristas del Estado Islámico. Mientras, sigue la tensión con Corea del Norte y muy vivo el escándalo con los rusos.

En estos 100 días intensos, de ver a un hombre errático pero virtuoso de la distracción y la mentira, ya es claro que este es un gobierno en el que reina lo táctico por encima de cualquier estrategia. El desconcierto mundial es intenso ante un súper poder militar que ni siquiera sabe a ciencia cierta para donde se dirigen sus portaviones, submarinos y destructores, como sucedió con la famosa “armada” que supuestamente se dirigía a Corea del Norte —con el propósito de hacer un despliegue de fuerza—  pero en realidad su destino era Australia.

Poco a poco el escándalo de la interferencia rusa en los asuntos electorales de este país avanza como esa culebra “constrictor” que va ahogando, en una parsimonia letal, a su víctima. Ahora el general Michael Flynn —ex asesor de seguridad de Trump— podría estar en serios problemas con la justicia por ocultar pagos de los rusos. ¿Los conocía la Casa Blanca y de todas maneras siguió adelante con su nombramiento?

Y de América Latina qué. El pasado jueves estuvo el presidente de Argentina, Mauricio Macri, de visita en Washington. Con seguridad le habrá dado a Trump su versión interesada de la crisis en Venezuela, y el mandatario estadounidense habrá respirado profundo, soltado la frase clásica “Venezuela vive un tremendo problema”, y vuelto a su muy personal obsesión: pintarse como un ganador en medio de su lenta, muy lenta derrota.  

 

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