Propiciemos el cambio

Rodolfo Arango
24 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

En nuestro medio es habitual confundir el sentido común con el idealismo. Pedir mesura es para algunos creer que somos ángeles. Algo nada sorprendente en la vorágine de violencias que arrastramos por siglos. Es como si la malicia, a fuerza de tanta arbitrariedad y abandono, se nos hubiera metido en el cuerpo, constituyendo nuestra segunda piel. La recuperación de lo valioso en la vida, en particular la capacidad de soñar, necesita mentes clarividentes, propositivas y generosas. Cincuenta años de destrucción sólo podrán ser superados por décadas de restauración y reparación en un ambiente propicio.

Dos grandes males empiezan por fin a debilitarse: la violencia y la corrupción. La disminución de las muertes y lesiones propias del conflicto armado no es un avance menor. Permite liberar importantes recursos y esfuerzos para enfrentar otras violencias. El rechazo de prácticas corruptas aumenta en la política, en la contratación y en el ejercicio del poder. Ya el pueblo está dispuesto a remover a sus responsables. El castigo en las urnas a los beneficiarios de Odebrecht debe concretarse. Si la indignación frente al abuso de los dineros públicos logra canalizarse en un movimiento de cambio y no en resignación, conformismo y apatía, pronto veremos nuevas caras en la dirección del Estado.

Dos grandes objetivos se avizoran en el horizonte: la reconstrucción moral y material del país y la inclusión democrática. La economía y las relaciones internacionales deben garantizar el entorno necesario para perseguir la realización de estos elevados propósitos. Un cambio cultural de la magnitud que el país exige para superar su oprobioso pasado involucra el sistema educativo y de justicia. La reconciliación supone un reaprendizaje de la manera en que nos relacionamos. La financiación económica es necesaria ayuda, pero no suficiente sin visión de futuro. La inclusión política presupone la expansión de una ciudadanía social que asegure el florecimiento de todos con el respeto de su heterogeneidad.

Debemos empezar la reconstrucción e inclusión en las zonas priorizadas en los acuerdos de paz. La deuda social con el campo convoca el trabajo planificado, coordinado y bien ejecutado de por lo menos dos generaciones. Coetáneamente, los procesos de justicia transicional y ampliación de la representación política deben desarrollarse sin que las rivalidades políticas trastoquen las metas colectivas. La batalla por las ideas está llamada a buscar la mejor manera de implementar los compromisos con la media Colombia excluida y aislada. Es la hora de movimientos sociales y políticos nacientes en las 16 circunscripciones de paz, no de la ambición de estructuras ya consolidadas y deseosas de aumentar su influencia.

Esa media Colombia al oriente y al sur, en el Pacífico y en el Catatumbo, por mencionar sólo algunas locaciones con más de 100 años de soledad, puede ser un gran laboratorio de esperanzas. Esto si nos atrevemos a no repetir los errores de las grandes aglomeraciones de población. Como colectivo sufrido, pero con gente ingeniosa, podemos construir el país soñado, reconciliarnos entre nosotros y con la naturaleza, con apoyo de países amigos. Que el desarrollo material propicie nuevas oportunidades. Pero que la voracidad en la acumulación de capital no impida el florecimiento humano ni marchite la fragilidad del bien. Platón ya lo recordaba por boca de Sócrates: “No sale de las riquezas la virtud para los hombres, sino de la virtud, las riquezas y todos los otros bienes, tanto los privados como los públicos” (Apología, 30b).

Adenda: ¡No caigamos en el error de permitir “trumpetizar” el debate político!

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