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Propuestas

Rodolfo Arango
24 de octubre de 2012 - 10:36 p. m.

En la mesa de negociaciones brillan las propuestas de país, pero por su ausencia. La educación y la cultura no aparecen en los puntos del preacuerdo, pese a ser la clave para construir una sociedad equitativa, próspera y amable.

Para los señores de la guerra, estos temas son menores. En su recortada visión, la tierra es tierra, el agro es agro. Sus preocupaciones son acumular o repartir, explotar y producir, en contravía con la sabiduría campesina e indígena, para la cual la tierra es madre y la cultura “morada del ser”. La riqueza étnica y cultural del país, nuestro verdadero potencial como sociedad, es subestimada por quienes han ejercido el poder y empuñado las armas inspirados en las doctrinas materialistas del crecimiento económico ilimitado o de la dictadura del proletariado.

Para el Gobierno, la cultura es asunto de coctel. La minería manda la parada, aunque arrase pueblos, ríos, bosques, dejando a su paso ruina, violencia y desolación. La sociedad colombiana se consuela con la publicación de bellísimos libros sobre pueblos y tradiciones del país, con los que podemos sacar pecho en el extranjero y ufanarnos de nuestra riqueza cultural, mientras las leyes sobre recuperación de lenguas y etnoeducación duermen el sueño de los justos y el Gobierno busca la forma de burlar las normas sobre consulta previa para sacar avante sus macroproyectos agroindustriales y mineros. Qué diferente sería el país con un gobierno no afectado por el reduccionismo economicista que pone precio a todo y pretende resolver los conflictos sociales y culturales a punta de plata y plomo. El gobierno de las futuras generaciones deberá reemplazar la ideología materialista presente por una basada en el respeto de la diversidad natural y cultural, verdadera fuente de riqueza, equidad y realización personal y colectiva.

Si por el lado del Gobierno llueve, del lado de sus contradictores no escampa. Cuán inconmensurable es el daño que la guerrilla les ha hecho a campesinos, a indígenas y a la juventud colombiana en general al reclutar a sus niños y niñas o al envenenar sus cabezas con doctrinas vetustas y estribillos dogmáticos. La guerrilla, experta en autojustificación y carente de sentido crítico, no tiene una visión alternativa a la del establecimiento en materia de “progreso” y “desarrollo”. Ello en buena medida por su materialismo y reduccionismo, así como por un mal entendimiento de las ideas de Marx sobre naturaleza y cultura. No es sino observar el conflicto entre las Farc y las comunidades indígenas del Cauca sobre explotación petrolera o minera. Mientras que para la guerrilla el problema es uno relativo a la justicia en la distribución de las ganancias, para las autoridades indígenas es uno sobre la concepción de la vida y del mundo.

Las negociaciones en La Habana podrían ser una buena ocasión para discutir reflexiva y críticamente las más diversas propuestas. Una es erigir la diversidad de nuestra geografía y población en el mayor factor de bienestar, lo cual supone el entierro de la locomotora minera con sus devastadores efectos. ¡Es la hora en que ni sabemos si Cerromatoso tiene licencia ambiental o si tras la compra de conciencias por parte de Pacific Rubiales se encuentra el paraíso de desarrollo social que ellos pintan o se esconden la explotación laboral y la destrucción ambiental que trabajadores y habitantes de las zonas petroleras denuncian! Tampoco hemos medido el daño de la minería ilegal de la guerrilla en las selvas colombianas. En últimas, ¿qué proyecto de país tienen y a quiénes representan los que negocian en Cuba?

 

 

 

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