SOMBRERO DE MAGO

Próstatas de abolengo

Reinaldo Spitaletta
28 de febrero de 2017 - 04:30 a. m.

En las “Selecciones” del Reader’s Digest, una revista gringa de la Guerra Fría que se caracterizaba por su anticomunismo, con sección de chistes y reportajes condensados, se publicaba un apartado sobre los órganos y otras partes del cuerpo humano, con el genérico de Juan: Soy el corazón de Juan, Soy el hígado de Juan... Y también la próstata. No recuerdo si había alguna, por ejemplo, que se relacionara con la matriz de Juana. Tal vez había algo de machismo en la selección.

Colombia, un país en donde todo se corrompe, hasta la sal, y donde todo es corruptible, de vez en cuando surge una noticia relacionada con las entrañas de algún dignatario; con el órgano (no siempre musical) de algún sujeto distinguido en suertes políticas. O politiqueras. Y así, aparte de las abundosas informaciones sobre crímenes, violaciones, penurias de la “pobrecía” y la carestía de la vida, en particular para los que nada o muy poco tienen para el sustento, aparece alguna novedad sobre una operación a un connotado ciudadano.

Digamos que en el país en el que se estilaba jugar fútbol con cabezas de víctimas del paramilitarismo, o en el que cada día había una masacre, un ataque guerrillero, y, claro, decenas de peculados, cohechos y otros delitos contra el erario, de pronto las agendas informativas se poblaron de carruseles (nada juguetones, como las calesitas) de la corrupción. Y ha sido tanta la avalancha de corruptos, que han circulado, en un interés inusitado por la historia, los decretos de Bolívar y Santander que imponían pena de muerte a los defraudadores del Estado.

Y en este punto es cuando alguna tripa ilustre, o un apéndice, en fin, se torna atractivo en los medios de comunicación. Decía que la tal revista de viejas barberías y salas de espera de consultorios traía la sección dedicada al organismo humano.

En los últimos tiempos, se volvieron famosas (y “virales”) las próstatas del actual presidente de la República, Juan Manuel Santos, y, más reciente, la del expresidente Álvaro Uribe. Supe, hace unos meses, de las desventuras de un paciente de Sisbén que tuvo que ir de un lado a otro a ver si lo operaban de la próstata y, tras muchos ires y venires, pudo acceder a la cirugía. Claro. Aquí, y tal vez en muchas otras partes, hay próstatas muy ilustres (aunque no lo sean) y otras del montón.

Próstatas famosas, si las hay, han sido la de Kennedy y la de Mitterrand, por ejemplo. En Colombia, ser la próstata del presidente o del expresidente, tiene su categoría. No hay, por ejemplo, que aguardar meses y meses para una cita ni los prostáticos tienen que poner tutela (que ciertos politiqueros quieren que se acabe) para el procedimiento. Son tipos de alcurnia y no se tienen que someter a las filas eternas ni a los “paseos de la muerte”.

Así que ser la próstata de Juan Manuel o de Álvaro tiene sus ventajas. Sus dueños no nacieron para el sufrimiento que padecen “los de abajo”. Y aunque a unos y a otros la próstata les puede causar un despelote, ser unas de clase alta y otras de desclasados hacen la diferencia. Esa glándula del tamaño de una nuez, puede originar diversos sufrimientos, como alterar el sueño al obligar al que tiene ya las molestias a levantarse al baño varias veces en la noche. Y se puede convertir en un órgano más expuesto al cáncer que, por ejemplo, los pulmones.

En un sistema de salud como el colombiano, que “navega en un mar de pus”, acudir a una operación de próstata, como las de los dos prohombres, no tiene problema para el rubro denominado “gente de bien”. Las “gentes de mal”, es decir, los proletos y descamisados, sí están llevados del diablo y sus cortes infernales. Con todo, a los de rancio abolengo y estiramiento hasta de las arrugas también el urólogo les mete el dedito para el consabido tacto rectal.

Una de las recomendaciones de Soy la próstata de Juan era algo como esto: “Juan debe ver a su médico, de preferencia a un especialista, cuando yo le avise con mis síntomas clásicos: micciones frecuentes, sensación de ardor y flujo urinario retardado…”. No sé cuántos señores en Colombia, cuántos Juanes sin poder ni fortuna, pueden ir al especialista.

De todos modos, las próstatas de estos caballeros parecen estar contentas, en un país donde la mayoría de aquellas no reciben tan esmeradas atenciones.

 

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