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Proteccionismo y tasa de cambio

Hernán Vallejo G.
10 de febrero de 2013 - 11:00 p. m.

Uno de los temas económicos del momento es la revaluación de la tasa de cambio. Con sobradas razones, el sector productivo ha expresado su preocupación por el nivel de la tasa de cambio que hoy, en pesos, está en el nivel que tenía en 1999.

El ministro de Hacienda ha manifestado que no se inclina por el uso del proteccionismo para enfrentar el problema de la revaluación, que las cifras sugieren que la tasa de cambio está revaluada con respecto al nivel de equilibrio de largo plazo (que sería del orden de $1.900 a 1.950 por dólar), y que el Gobierno no descarta ningún instrumento para enfrentar la revaluación del peso.

Al respecto, hay por lo menos cinco cosas que valdría la pena resaltar. Primero, incrementar las barreras a las importaciones revalúa más la tasa de cambio, pues al importar menos se disminuye la demanda por divisas. Este efecto ha sido verificado por economistas como Carrera y Restout (2008). Es decir, el proteccionismo beneficia a unos sectores protegidos a costa de otros sectores del país, y a costa de una mayor revaluación de la tasa de cambio.

Segundo, no está claro que los gobiernos o los bancos centrales sean mejores que el mercado para determinar cuál es la tasa de cambio de equilibrio. En otras palabras, cuando un gobierno trata de corregir el nivel de la tasa de cambio, en lugar de estar acercándola al equilibrio, puede estar alejándola del mismo.

Tercero, la tasa de cambio real, que es la que realmente importa y que está determinada por la tasa de cambio en pesos, la inflación doméstica y la inflación en el resto del mundo, es un resultado y no un instrumento de política. Y siendo un resultado, vale la pena preguntarse si el objetivo de la política pública debe ser la tasa de cambio, o si más bien los objetivos deben ser la eficiencia, la equidad y el bienestar.

Cuarto, en un estudio reciente, Lama y Medina (2012), funcionarios del Fondo Monetario Internacional, analizan el rol del intervencionismo en la determinación de la tasa de cambio para enfrentar la llamada enfermedad holandesa, que se presenta cuando un boom en las exportaciones de un sector (por lo general, minero) lleva a una revaluación que reduce la rentabilidad en otros sectores (por lo general, agrícolas e industriales). Estos autores encuentran que ese intervencionismo puede ser altamente distorsionante y reduce el bienestar de un país como un todo, protegiendo a unos sectores a costa de generar una peor asignación de recursos en la economía.

Quinto, los economistas sabemos que un mayor ahorro nacional contribuye a la devaluación de la tasa de cambio. Como incrementar impuestos no es fácil, y se acaba de aprobar una reforma tributaria, el camino sería reducir el gasto público. Pero el gasto en Colombia es difícil de reducir, pues es muy rígido por Constitución y por las leyes y sus reglamentaciones vigentes. En este caso, los esfuerzos se deberían orientar a mejorar la calidad del gasto. Desafortunadamente, esto último ni es fácil y ni es instantáneo.

Finalmente, el debate sobre la tasa de cambio pasa de ser un debate económico a ser un debate político. Y como tal, si el Estado va a hacer uso de toda su capacidad para enfrentar la revaluación, entonces, como lo sugiere la Oración de la Serenidad (y una caricatura en un conocido texto de macroeconomía), ojalá que nuestras autoridades económicas acepten las cosas que no pueden cambiar, tengan coraje para cambiar las cosas que sí pueden (y deben) cambiar, y tengan sabiduría para saber distinguirlas.

 

* Profesor de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes.

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