“Pruebitas de democracia”

Cecilia Orozco Tascón
02 de mayo de 2017 - 09:00 p. m.

Les hicieron presión por debajo de la mesa y los dos se pusieron de acuerdo para cerrar las puertas a los visitantes. Después, se fueron a rumbear al Festival Vallenato. ¿Qué tiene que ver lo uno con lo otro?, dirán algunos. Nada, no tiene nada que ver, salvo que dejaron pistas del afán que tenían por irse a disfrutar el puente festivo botando, a la ligera, la cuota de responsabilidad de Estado que les corresponde como presidentes de Senado y Cámara. Mauricio Lizcano y Miguel Ángel Pinto no quisieron “ensuciar” sus curules con la presencia, en uno de los recintos del Congreso y no necesariamente en los salones de las plenarias, de unos voceros de las Farc que asistirían a la clausura de un acto de paz y no a presidir una sesión formal. Estarían, además, acompañados por el consejero para el Posconflicto, el jefe del equipo negociador con el Eln y por otros servidores públicos. Lizcano, hábil parlamentario experto en prenderle una vela a Dios y otra al diablo (apadrinado por Uribe y aliado de Santos), y el liberal Pinto, “elegido con el apoyo de todos los partidos, incluido Centro Democrático”, prefirieron desairar al gobierno que dicen apoyar y complacer a la derecha que se jacta de su franqueza pero que tira la piedra y esconde la mano con mucha más frecuencia de la que sus votantes jamás van a aceptar.

La incongruencia de Lizcano y Pinto no sería sino un capítulo más de la mediocridad con que el Legislativo suele despachar sus asuntos si no fuera porque su “lección” de intolerancia legitima la de muchos citadinos cómodos, e inactivos excepto para criticar; y, también, la de los grupos violentos que —justificándose en las expresiones agresivas de la bancada extremista—, están rearmándose. Y no solo de pensamiento, ojo. El alto consejero Rafael Pardo habló en la Plaza de Bolívar, en donde tuvo que llevarse a cabo el evento de paz frente al edificio del parlamento que fue cercado con vallas y uniformados para evitar que entrara la peste (como si ya este mal no residiera allí). Pardo Rueda, quien fue uno de los tres únicos senadores que rechazó la presencia de Mancuso, Ramón Isaza y alias Ernesto Báez hace doce años, recordó el momento cuando “… de manera absolutamente ofensiva para el Congreso y el país se tomó la decisión de invitar a los jefes paramilitares…”.

Rebobina uno la película y encuentra las escenas del 28 de julio del año 2004 cuando también estaba cercado el Capitolio con “mil hombres de Policía y Ejército” … pero haciendo filas de protección y recibimiento a los tres paramilitares quienes —vaya contraste— a pesar de estar concentrados en Santa Fe de Ralito, no habían terminado de desmovilizar a sus hombres ni mucho menos, de entregar sus armas. Entonces protestaron, solitarios aquellos a los que la ultraderecha califica, con desprecio, como “mamertos” para restarles seriedad a sus posiciones. Las imágenes están aún frescas y guardadas en los archivos de televisión, por si las moscas: el alto comisionado para la Paz, Luis Carlos Restrepo, les pidió a las directivas del Congreso de la época que recibieran a Mancuso y compañeros de masacres. El presidente de la República, Álvaro Uribe, ese mismo día de vergüenza dijo, según crónica de Héctor Abad en la revista Semana: “desde que haya buena fe para avanzar en un proceso, no tengo objeción a que se les den estas pruebitas de democracia. Creo que se sienten más cómodos hablando en el Congreso que en la acción violenta en la selva” ¿Les parece increíble? Lean la crónica. Continuemos: la presidenta de la Cámara, Zulema Jattin, condenada por sus nexos con paramilitares, les extendió la invitación, alborozada. Preparó todo con tanto detalle que hizo contratar o, al menos, permitió el ingreso de meseros de club vestidos con librea y corbatín para servir a los señores en bandeja de plata. El presidente del Senado, Luis Humberto Gómez Gallo, condenado por parapolítica, se mostró feliz. El presidente del partido Conservador, Carlos Holguín, insistió en que el Congreso debe ser “un foro amplio y abierto”. Y el democrático Salón Elíptico los recibió con todos los honores, abarrotado de parlamentarios que jadeaban de ansiedad por la cercanía de estos ‘héroes’ —Mancuso y Báez— cuyos discursos de casi una hora de duración, cada uno, aplaudieron a rabiar. Lizcano y Pinto, ¿objetaron la presencia de Iván Márquez y Alape por salvaguardar la majestad de las instituciones? Noooo: porque su corazón, como el de muchos hipócritas que presumen de éticos, está más cerca de un lado que del otro.

 

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