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¿Puede gobernar bien la izquierda?

Rafael Orduz
25 de marzo de 2014 - 03:00 a. m.

Petro no fue corrupto, pero sí mal administrador. Las malas gestiones no tienen color político.

Tampoco la corrupción. Que se sepa, los líderes políticos de los partidos tradicionales metidos hasta el cuello en temas de corrupción en la capital han mirado hacia otro lado. El carrusel en Bogotá fue bastante democrático, movido por todas las fuerzas que hoy señalan a la administración saliente de Bogotá. La corrupción es el enemigo número uno de la sociedad colombiana. Sí, Petro no robó, pero si obras son amores…

Para algunos, un argumento de indulgencia para un mal gobierno de izquierda (desde el punto de vista de la gestión) es el de la falta de experiencia. Un atenuante mayor aún se refiere a quienes proceden de un movimiento insurgente. En el primer caso, el de militancia en la izquierda, Clara López, en los pocos meses que fue alcaldesa, lo hizo bien. Ospina, en Cali, médico de profesión, tuvo buena gestión como alcalde. En cuanto a exguerrilleros, Antonio Navarro fue un excelente alcalde y gobernador.

La presidente de Brasil, Dilma Rousseff, que perteneció al Colina (Comando Armado de Liberación Nacional, aplastado por los militares comenzando los 70), es respetada como gobernante. Y Felipe González, presidente de gobierno en España a los 40 años de edad, inició en 1982 una administración que modernizó las instituciones y la infraestructura vial española sin que acreditara previamente gran experiencia al respecto. Su partido, el PSOE, había operado en la clandestinidad desde el triunfo de Franco. Sin hablar de Michelle Bachelet, reelecta por buenos resultados.

No todos los que consideran que Bogotá está en muy malas condiciones y que la administración saliente de Bogotá no ha hecho bien la tarea pertenecen a las fuerzas que están a favor de la decisión del procurador, de la derecha, la mermelada y en contra del proceso de negociaciones de La Habana.

Mientras Bogotá sigue sin hipótesis de trabajo que sean llevadas a la práctica de parte de sus gobernantes, la ausencia de propuestas en relación con la competitividad y la innovación son prácticamente nulas. El tiempo pasa y el país y Bogotá, en particular, hacen pocos esfuerzos para sustentar la productividad en el conocimiento. Hace rato se sabe que no son las naciones las que compiten, sino las regiones y las ciudades. La educación sólo ha merecido lugares comunes.

No podemos caer en la trampa de la polarización. Todos los actores de la ciudad juegan. Trabajadores y empleados. Empresarios pequeños, medianos y grandes. De todos los estratos. De todos los colores políticos. Poblaciones vulnerables y discriminadas. El reconocimiento del otro es la clave de la democracia. Cualquiera que sea alcalde gobierna para todos.

Como dice Mockus, todos ponen, todos toman. En la supuesta antesala de una negociación de paz (que la mayoría de los colombianos desea, aunque no a cualquier precio), lo que menos se necesita es polarización.

 

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