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Puro Ruido

Juan David Ochoa
18 de octubre de 2014 - 02:00 a. m.

Ante el documento experimental preparado por el Vaticano para renovar su imagen destruida en la velocidad sin tregua de la modernidad, y en el que intentan considerar la posibilidad de aceptar a los homosexuales como una comunidad con “dones y atributos para ofrecer a la comunidad cristiana”, ha dicho el vaticanista John Thavis, periodista acreditado por la cúpula Papal para hablar exclusivamente sobre ella, que lo expuesto en consideración con los reconocidos marginados es un terremoto, una convulsión, una tormenta; todo un maremágnum al interior de la Basílica de San Pedro.

No es cierto. Lo expuesto publicitariamente por el Vaticano no es un comunicado oficial de una política de reestructuración ideológica ni un decreto que confirme una postura estatal para que sea un terremoto o un escándalo. Lo expuesto es un simple documento de preparación para una discusión a fondo en el Sínodo de obispos sobre la familia que se realiza actualmente, a puerta cerrada y entre castos, curiosamente, y es sólo un comunicado retórico acostumbrado a realizarse en el actual Papado que conoce perfectamente los efectos de un discurso de choque en plena posmodernidad, cuando la libertad es defendida progresivamente por los Estados y las generaciones emergentes.

Ya es bien sabido, y es molesto y nauseabundo repetir lo que ese mismo Vaticano pretencioso hace con los centenares de pedófilos fugados de todos los rincones del mundo a las grutas de su Estado para refugiarse de la ley y los escándalos, y es bien sabido, también, que todos sus paradigmas circulan alrededor de unos dogmas enquistados en una ortodoxia intocable, porque los mandamientos y las leyes divinas son ortodoxas e intocables, y no pueden modificarse ni adaptarse totalmente a la modernidad; se caería entero el estandarte de su incienso y no querrían verse a sí mismos contradichos en todo su discurso por un cambio repentino de tiempo al que quisieron montarse para no perder.

No es un terremoto el discurso que sostiene Jorge Mario Bergoglio para las estructuras internas ni para el mundo católico. Sus alocuciones siguen teniendo un tinte revolucionario y rebelde pero nada práctico en sus decretos. Las mujeres siguen siendo esos especímenes raros, negadas reiteradamente a ocupar cargos visibles, aunque desde el tiempo de Karol Wojtytila estén jactándose de tolerancia y equilibrio. Los homosexuales siguen teniendo el yugo del prejuicio divino que les niega la posibilidad de convivir y de adoptar bajo sus bendiciones, aunque sostengan retóricamente el discurso del amor incondicional y de la entrega, y los eventos naturales de la humanidad aún los siguen juzgando con las amenazas del pecado y de la redención, insuflando la misma neblina de las viejas comarcas medievales para sostener su imponencia en el soborno.

Puro ruido y pocas nueces, pero esperamos verlos pronto incluidos en el siglo presente, discutiendo en la lógica de la tolerancia efectiva y reconstruyendo la Historia de la humanidad que se encargaron de cegar para humillarla.

 

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