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Putas, drogadictos y maricas

Catalina Ruiz-Navarro
07 de noviembre de 2012 - 11:00 p. m.

La victoria de Obama es una victoria para las mujeres, la diversidad étnica, la comunidad LGBTI, los consumidores de sustancias psicoactivas y los países que las producen, para los jóvenes y para los ancianos, que demostraron que aún siendo minoritarios pueden ser una mayoría con peso político.

Esta es probablemente la primera vez que estos grupos ponen presidente en el cargo más poderoso del mundo y lo hicieron de la mano de la argumentación sensata, que en estas elecciones tuvo que enfrentarse a la superstición fanática y extremista de los republicanos. Por eso, la victoria de Obama es, también y sobre todo, una victoria para la razón.

Una de las grandes ganancias de la segunda presidencia de Obama es la legalización del matrimonio igualitario, que con sólo unas pocas horas ya se hizo realidad en varios estados y que poco a poco se irá aceptando en todo el mundo, pues es evidente que no hay razones válidas para prohibirle a una comunidad la opción de formalizar el amor y crear una familia. Los únicos argumentos para prohibirlo pertenecen a una tradición religiosa que no puede imponerse a quienes no creen en ella. Esto se logró gracias a un esfuerzo estratégico y coordinado de grupos y activistas LGBTI que con la ayuda de investigadores y académicos desmantelaron uno a uno los mitos que subyacen a esta prohibición: que el matrimonio gay es antinatural, como si de entrada la institución del matrimonio fuera algo natural, y que los miembros de la comunidad gay son inmorales e irresponsables, cuando el comportamiento ético nada tiene que ver con la orientación sexual.

Por otro lado, la presidencia de Obama viene con aires (o mejor, pisqueros) de legalización, una medida necesaria para poder controlar y reducir el consumo de drogas, que ha probado ser histórica y culturalmente inevitable y cuya prohibición ha sido la teta que alimentó al narcotráfico hasta convertirlo en un monstruo incontenible que ha cobrado millones de vidas, especialmente vidas latinoamericanas. La legalización de la marihuana, por ejemplo, es un hecho desde ayer en el Estado de Colorado, y es un primer paso para dejar de estigmatizar a los consumidores y entender que insistir en la prohibición es como darse una y otra vez contra una pared esperando que, a la próxima, la crisma sea más fuerte que la piedra.

Las mujeres estadounidenses, que aunque minoritarias son mayoría numérica, probaron que su bienestar, especialmente en cuanto a derechos sexuales y reproductivos, es crucial para la agenda de cualquier político que quiera ser elegido de ahora en adelante. Un candidato no puede pretender llegar a una presidencia irrespetando la dignidad de más de la mitad de la población con un programa que juzga a las mujeres por usar anticonceptivos, obliga a unas a tener el hijo de su violador y les impide a otras, que sí quieren ser madres pero no pueden, tener hijos por fertilización in vitro.

Finalmente, tener un presidente mestizo y progresista en EE.UU. es lo mínimo que puede esperarse en un mundo globalizado donde la verdadera minoría es el hombre blanco, heterosexual, anglosajón y protestante que, desde el poder, ha marginado históricamente a mujeres, consumidores de sustancias y comunidad LGBTI que buscan defender sus legítimos derechos, llamándolos putas, drogadictos y maricas. Hoy resulta que putas, drogadictos y maricas unidos son una fuerza electoral poderosa que acaba de pronunciarse para elegir al nuevo líder de Occidente. Los políticos colombianos deberían tomar nota.

 

 

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