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¿Qué diablos negociamos con las Farc?

María Teresa Ronderos
18 de febrero de 2011 - 03:00 a. m.

CUANDO DESPERTAMOS, EL MONStruo de las Farc aún estaba allí. Y el otro, rebautizado con el antibiótico nombre de Bacrim, despliega sus tentáculos "en el Caribe, el Pacífico y el Oriente", al decir del ministro del Interior.

Miles de muertos, bombardeos, mutilados, positivos falsos y verdaderos, y billones de pesos nos compraron un poco de tranquilidad. Pero los atajos infames siegan la vida de civiles inocentes. El daño colateral tiene a los indígenas del Cauca azotados como en la Conquista y a las comunidades del Pacífico desamparadas como sus esclavizados ancestros. La miel escurre de la coca y embadurna a las fuerzas del orden. Lo conseguido es frágil y el costo, alto.

Entonces nos preguntamos, otra vez, si quizá no es hora de buscar una paz negociada con las Farc y el Eln, tan nocivas por lo que hacen como por lo que impiden hacer. Matan en combate y fuera de él, secuestran y, con callo de guerra, no sienten nada cuando reclutan niños o siembran la tierra de trampas explosivas. Su causa se está quedando en cueros, una mera autodefensa. A la vez, frenan el cambio social en Colombia. El dinero de la educación y de las carreteras se gasta en tanques y metralletas. Y sirven de excusa para mantener bajo sospecha de “auxiliadores” a quienes quieren cambiar las cosas.

Intuyo que la partida de la paz ya empezó. El case obligatorio del lado de la guerrilla es liberar a todos los secuestrados. Y siendo un jugador de póquer, Santos se les adelantó con su plan de restituir tierras y reconocer a las víctimas del paramilitarismo y del Estado. Y Cano recibió el mensaje.

¿Pero después qué? Al clima de hoy, si acaso aguantamos que las Farc pidan perdón y que sus responsables de crímenes atroces paguen cárcel o destierro. Y que el Gobierno, a cambio, les garantice que no van a ser asesinados como sus antecesores de la UP. Algo de por sí difícil de cumplir.

Las guerrillas no pueden esperar que el Gobierno le ofrezca, como pidió Gabino del Eln en su carta de esta semana, “acuerdos sobre cambios sustanciales sociales, políticos y económicos”. Sería un suicidio político. ¿Quién se traga a Cano o a Gabino dándonos lecciones de democracia desde el Congreso? Pero las negociaciones de paz exigen concesiones. Ha sido así desde Irlanda hasta El Salvador. Y el fuerte le debe dar al débil, que en esta coyuntura es la guerrilla, alguna salida para salvar la cara. ¿Qué sentido tendría para las Farc negociar una paz con la que no puedan siquiera dar la impresión de que valió la pena esta cruel guerra? Es mejor una tumba en la selva, pensarán.

Una salida sería profundizar la tímida apuesta inicial. La guerrilla además de desmontar el secuestro, desmina el país que minó, y erradica los cultivos ilícitos hombro a hombro con los indígenas que ha perseguido por resistirlos. Y el Gobierno puede impulsar su reforma agraria para que de verdad desconcentre la propiedad de la tierra, e incluso puede poner a los guerrilleros a que, ya en paz, trabajen en ésta.

La alternativa de ponerle fin al conflicto armado puede ser interesante para guerrilla y Estado. El gobierno Santos puede salir de uno de tantos enemigos y convertirlo en su aliado, y quizás tenga un mejor chance de pasar a la historia como el modernizador que ansía ser. Y la guerrilla puede cosechar un logro político modesto, en lugar de morir olvidada, disuelta en el caldo de malandros que inunda el país.

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