¿Qué es la Biblia?

Luis Carlos Reyes
11 de mayo de 2017 - 02:00 a. m.

La gritería en torno al referendo de Viviane Morales ha sacado a relucir que muchos creyentes y no creyentes comparten un mismo concepto sobre la Biblia: creen que es un recetario. Se la imaginan como uno de esos manuales que acompañan a los muebles modulares, que dicen que primero hay que hacer “a”, luego “b” y por último “c”. Si uno sigue las instrucciones del manual al pie de la letra, le queda exactamente la biblioteca que salía en la foto. La única diferencia entre los creyentes y no creyentes que piensan así sobre la Biblia es que los primeros creen que el manual tiene sentido y los segundos no.

Así, ciertos creyentes citan el Levítico, donde dice que la homosexualidad es una abominación, y los no creyentes lo citan donde dice que también es abominación el comer camarones, pensando que así van a demostrar que toda la cosa es una tontería. El creyente les responde con el capítulo y el versículo de los Hechos de los Apóstoles donde, a su modo de ver, la instrucción de los camarones se cancela pero la de la homosexualidad no. El ateo se burla de que el creyente le pierda tiempo a un manual tan raro, y ambos siguen por su camino sin necesidad de pensar demasiado y tan convencidos de su punto de vista como antes.

Otros ven a la Biblia como buena literatura, mito verdadero, compilación de tres milenios de sabiduría y todas esas cosas, pero en últimas la ven como un texto producido por hombres que se hicieron un Dios a su imagen y semejanza. Piensan que Dios no tiene tiempo de sentarse a dictar textos sagrados, porque, entre otras cosas, puede que no exista. Así que, si al autor del Pentateuco se le pasaron dos o tres cosas raras sobre la sexualidad y los mariscos, la culpa no es de la deidad sino de algún escriba hebreo cautivo en Babilonia que ya merece que lo dejen descansar en paz.

El segundo punto de vista es menos simplista, pero sigue siendo insuficiente. Del mismo modo que uno no puede forzarse a sí mismo a creer en Dios, tampoco puede por fuerza de voluntad dejar de creer en él, especialmente si algún día se lo encontró en el Cristo de los evangelios. Y el padre con el que Jesús hablaba no es distante ni se desentiende de la humanidad. Al contrario: desea comunicarse con ella. ¿Qué hace uno entonces con un texto tan raro como la Biblia, que a veces es poesía, a veces épica, a veces deconstrucción de mito mesopotámico y a ratos proclama imperial?

Una buena analogía para pensar sobre la Biblia es la de la encarnación. El que se encuentra a Cristo encuentra a la vez a Dios y a un ser humano. En los evangelios Jesús se cansa, se preocupa por el futuro y dice ignorar ciertas cosas. El Dios de Jesús, aunque todo lo sabe y todo lo puede, interviene en la historia volviéndose como nosotros. Lo más consistente sería que un libro proveniente de ese Dios fuese tan humano como Jesús, incorporando las marcas de la historia humana en la que se forjó. La Biblia no es ni recetario mágico ni metáfora inspiradora: es un texto tan humano como providencial. Sirve para encontrar al Dios que les pidió a sus discípulos que amaran a sus enemigos,  bendijeran a quienes los maldijeran y se reconciliaran con sus adversarios. Si el leerla nos lleva a cualquier otra actitud, la estamos leyendo mal.

Luis Carlos Reyes, Ph.D., Profesor del Departamento de Economía, Universidad Javeriana

Twitter: @luiscrh

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