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¿A qué juega el poquerista?

Paloma Valencia Laserna
31 de mayo de 2013 - 11:00 p. m.

Se dice que Santos es un experto jugador de póquer, y que en ello reside su habilidad para la política.

El poquerista quiere ganar y, para eso, lo más importante es el dominio sobre el grupo. Las apariencias son todo. Se puede cañar; fingir que se tiene lo que no se posee, apostar cuando parecería irracional hacerlo; en fin, ser indescifrable.

Santos juega en la política; caña, parece tener un juego, pero resulta teniendo otro. Se fingió uribista para ser elegido. Se unió a la causa chavista para lograr la negociación con las Farc. Ahora recibe a Capriles y despierta la ira de Maduro. Una democracia debe tener alta capacidad de predicción sobre los gobernantes; sin embargo, nuestro indescifrable poquerista nos obliga a aventurarnos en la especulación adivinatoria; inútil, pero divertida.

Recibir a Capriles no es la expresión de defensa a principios; Santos no cree en eso. Usa las ideologías, como las modelos usan la ropa de moda: se ven bien, y se vende. Lo suyo es la política pragmática: quiere ganar el juego y tiene todo apostado en su reelección.

El as es el proceso de negociación en La Habana. Se nos había dicho que Venezuela era crucial para el proceso, que el fenómeno de destrucción de la oposición venezolana, y el final de la democracia en el vecino país, era insignificante frente al proceso que nos concederá la paz.

El cambio en la política puede tener varias explicaciones. Las más obvias son las que apuntan a aumentar la popularidad. El interés de los colombianos por la política venezolana podría sugerir que un pequeño gesto a favor de una oposición provocaría un ascenso en la descendente popularidad de Santos. El Gobierno pudo calcular que no le molestaría al chavismo esa visita escondida y de bajo perfil. Pudo ser un mal cálculo político.

Es más probable que, previendo la reacción de Maduro, Santos la encontrara positiva para el proceso de La Habana. Tal vez el proceso está muy consolidado. Consideran que las Farc están entregadas al proceso y que Venezuela ya es secundaria. Así que se deshace de Maduro en buen momento: gana opinión en Colombia y se aleja de un régimen que está a punto de caer. Puede ser que alejando a Venezuela se les dé a las Farc la señal de que si no se apresuran a firmar, su posición se irá debilitando, pues sus aliados chavistas van de salida.

No podemos descartar lo contrario. Santos se puede haber dado cuenta de que el proceso de La Habana no va para ninguna parte. Tiene que terminarlo, pero su fracaso no puede ser endilgable al Gobierno: tendrían que ser las Farc las que dejen la mesa, y deberían hacerlo por un hecho del que el Gobierno no fuera responsable.

La reacción de Maduro les parece a todos los colombianos exagerada. Recibir al jefe de un partido de oposición, que ejerce como gobernador de uno de los estados más importantes de Venezuela, es un acto irrisorio —no debería generar malestar en ningún gobierno—. Incluso el canciller palestino puede visitar Colombia para pedir que se reconozca el Estado de Palestina.

Si las Farc se retiran, podría ser ésta una jugada a varias bandas que le dé una salida digna al Gobierno de un proceso que languidece. Es prematuro decirlo. Serán los hechos que sigan los que nos ayudarán a determinar los móviles de esta nueva “traición” de nuestro primer mandatario.

 

 

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