¡Qué lucrativo negocio!

Juan Pablo Calvás
16 de enero de 2014 - 06:00 p. m.

Entré a la iglesia cristiana y lo primero que me dieron fue el sobre para la ofrenda. ¿Qué pensar?

Hace unas semanas, un domingo que andaba desocupado, decidí aventurarme a una de esas grandes iglesias evangélicas para tratar de comprender la pasión y fervor que generan en sus seguidores.

Confieso que lo que más me llamó la atención fue el sobre. Un sobrecito de papel, apenas más grande que un billete, que me entregaron apenas crucé el umbral del gigantesco auditorio. Sin ningún recato o disimulo el sobre indicaba que era para que depositara allí el diezmo o mi ofrenda a la iglesia. Me pareció demasiado descarado el asunto: cobrar por creer.

Pero bueno, la plata que recogen se nota. ¡El Teatro Jorge Eliécer Gaitán palidece ante el derroche de tecnología y comodidad para los asistentes al dichoso auditorio! Cientos de sillas, circuito cerrado de televisión, pantallas gigantes, luces robotizadas, más acomodadores que un espectáculo de Broadway. ¡Qué lucrativo negocio!

Me pregunto si los asistentes a ese culto se dan cuenta del destino que se le da a su dinero. ¿Pensarán que eso se consigna en las cuentas del Señor? ¿Que todo va directo al Banco de la Felicidad?

Estando sentado en el lugar que me tocó en dicha ‘iglesia’ me puse a hacer cuentas. 1.500 personas que le caben al auditorio (que estaba lleno), cada una con su sobrecito en la mano. Si a cada sobre le meten 20 mil pesos, en un solo espectáculo, perdón, culto, los señores de la ‘iglesia’ se embolsillan 30 millones de pesos. Hacen 10 reuniones semanales, 40 al mes, es decir 1.200 millones de pesos mensuales. ¡Qué lucrativo negocio!

Me dirán que le tienen que pagar a los acomodadores. ¡No! Son voluntarios. Señalarán que gastan en energía, agua y teléfono. ¡Con una sola reunión pagan todo. ¿Qué más nos queda? ¿Impuestos? No pagan. ¿Publicidad? No hacen. ¡Qué lucrativo negocio!

No en vano días tras día aparecen más y más iglesias de ese tipo. De hecho, me contaban que aquella a la que fui nació en un garaje y poco a poco fue creciendo hasta el punto que hoy es dueña de casi una cuadra en un importante sector de Bogotá. ¿Iluminación divina? Yo diría más bien: ¡pobres incautos!

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@colombiascopio

 

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