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Qué nos hace felices

María Elvira Bonilla
22 de junio de 2009 - 02:35 a. m.

COLOMBIA REPITE COMO EL SEGUNDO país más feliz del mundo, según el informe de la organización británica Happy Planet Index que hace su medición en el planeta. En otro estudio del Instituto de Investigación Social de la Universidad de Michigan, que mide el grado de bienestar subjetivo en 97 países, Colombia consiguió el tercer puesto.

La reacción común en el país, especialmente entre “los pensantes”, es de incredulidad, banalización de la noticia y la no aceptación de los resultados, imposibles en un país como Colombia, donde la pobreza acecha día a día a más familias o donde la violencia por décadas ha sido compañera fiel y trágica de la vida colombiana. Son críticas que, por obvias, se vuelven ellas también banales.

Sin embargo, cuando de felicidad se trata, nada resulta simple. Precisamente porque ésta no está atada necesariamente a la realidad económica y social de las personas. El prestigioso psiquiatra norteamericano George Vaillant realizó durante 42 años un estudio sistemático y consistente para responder a una sencilla y definitiva pregunta: ¿qué nos hace felices? La felicidad, finalmente la pretensión de todo ser humano.

A finales de 1930 entró a la Universidad de Harvard un grupo de 268 jóvenes promisorios de la élite norteamericana entre quienes se encontraban John F. Kennedy, Norman Mailer y Ben Bradlee. Arrancaban su recorrido vital con el viento a su favor: talento, posición económica y ambición. Sus vidas tuvieron, sin embargo, desenvolvimientos bien diferentes: hubo éxitos pero también bebida, desamor, suicidios y frustraciones, desadaptación y amargura. Al menos la tercera parte del grupo sufrió alguna enfermedad mental y el alcoholismo fue la plaga acechante que padecieron quienes menos se esperaba.

Durante 42 años, siguió la vida de estos hombres quienes accedieron a responder periódicamente unos cuestionarios y su resultado es un estudio en el tiempo conocido como “The Grant Study”. Los investigadores visitaron sus familias, averiguaron sobre hábitos infantiles y reconstruyeron de manera sistemática el curso de sus vidas.

Las conclusiones a las que llega Vaillant, a sus 67 años, ad portas de la jubilación, después de este persistente, costoso y sofisticado trabajo es tan simple como profundo: la interacción humana es la llave de la felicidad. Pero algo más contundente: la felicidad es afecto. Y punto.

Tal vez Vaillant nos da la clave para entender por qué Colombia esté tan bien posicionada en el índice mundial de felicidad. Porque es un país donde su gente, en medio de las dificultades y las adversidades de una dura cotidianidad sabe interactuar, gozar, bailar, reírse y querer. Relacionarse en familia, expresar sentimientos alrededor de la cerveza o el aguardiente con los amigos del barrio o del trabajo. La música y el baile siempre presentes. Un humor que es irreverente con la existencia y llega a reírse de la muerte y a exaltar la chispa de la vida. Las comunidades de origen popular, sobre todo las más tradicionales y rurales, irradian calor humano, saben compartir, ser solidarias y dar afecto. Una condición sin duda que ayudó a colocarnos entre los más felices de la Tierra.

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