¿Qué pasó en Malí?

Arlene B. Tickner
15 de enero de 2013 - 06:00 p. m.

Desde marzo de 2012, cuando se produjo un golpe de Estado a un mes de las elecciones presidenciales, hasta hoy, cuando la presencia islámica en el norte se ha afianzado y desplazado hacia la capital, Bamako, provocando una respuesta militar de Francia, los hechos en Malí —por años la cenicienta de África occidental— han tomado por sorpresa al mundo.

Pese a ello, la crisis en ese país, además de revestir enorme complejidad, es todo menos sorpresiva.

Con una sociedad que lideró una insurrección pacífica en 1991 que dio inicio a la democracia, elecciones regulares y multipartidistas, un orden constitucional y medios de comunicación relativamente libres, Malí era considerado la excepción a la regla de dictaduras y guerras civiles en esta parte de África. Sin embargo, la democracia maliense lo era básicamente en apariencia. Además de dejar intactas las fuentes estructurales de desigualdad y pobreza en el país, la corrupción adquirió niveles escandalosos, en especial durante los gobiernos de Amadou Toumani Touré (conocido como ATT). Bajo su presidencia no sólo se despilfarraron montos significativos de ayuda para el desarrollo, sino que, según algunos, el rol de ATT en la negociación de la liberación de ciudadanos europeos secuestrados por el grupo Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQIM), de origen extranjero, era la contracara pública del pago de una parte de los jugosos rescates a funcionarios públicos malienses y de un acuerdo oculto con AQIM para que pudiera operar libremente en el norte de Malí, que se convirtió también en corredor neurálgico para el tráfico de drogas. Al mismo tiempo, ATT recibía millones de dólares de Estados Unidos para la lucha antiterrorista.

Pese a lo anterior, la génesis inmediata de la actual crisis fue la rebelión del separatista y secular Movimiento Nacional para la Liberación de Azawad (MNLA), liderado por mercenarios tuaregs que volvieron a Malí entrenados y armados una vez se produjo la muerte de Muamar Gadafi en Libia. Paradójicamente, el golpe propinado por sectores descontentos del Ejército ante la incapacidad de ATT de combatir al MNLA terminó por facilitar el empoderamiento de otros grupos en el norte, entre ellos el conservador Ansar Dine, que comenzó a imponer la ley islámica (sharia) en las zonas bajo su control. En ese río revuelto AQIM, que dispone de amplias fuentes de armas, dinero, militantes propios y aliados islámicos locales, también encontró terreno fértil para consolidar y ampliar su influencia.

Desde finales de 2012, el consenso mundial sobre la necesidad de combatir la expansión de AQIM en Malí, y en el cual se incluyen el Consejo de Seguridad de la ONU, la Comunidad Económica de Estados de África Occidental y otros países pesados, como Argelia, ha crecido. Ante la lentitud en el despliegue de tropas africanas, incluso la decisión de Francia —que en otras circunstancias se tildaría de imperialista— parece contar con amplio respaldo. Independientemente del incierto desenlace, lo que pasó en Malí ejemplifica la ceguera de la “comunidad internacional” cuando no quiere ver y las consecuencias nefastas de sus políticas antiterroristas (y antidrogas) en zonas como el norte y el occidente africano, que como “remedio” pueden ser peores que la misma “enfermedad”.

Por un error involuntario no se publicó la columna que escribí la semana pasada en homenaje a mi amigo, el profesor Guillermo Hoyos. Invito a leerla en la versión digital del periódico.

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