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Que puedan vivir en paz

Eduardo Barajas Sandoval
13 de enero de 2014 - 11:51 p. m.

Para cualquier país debe ser una vergüenza que sus niños no puedan conocer la paz. Trátese de la paz como ausencia de guerra, con sangre de por medio, o de la paz como la situación de convivencia social que permita que los habitantes, todos, de un territorio, puedan vivir sin la zozobra de la violencia o de la injusticia, se trata de un bien de valor inestimable.

Privar a los niños de una y otra de sus manifestaciones significa una equivocación grande en el ejercicio de liderazgo. Sobre eso hay que preguntarles a los políticos, porque su principal obligación, hace años, ha debido ser la de moldear un país serio y democrático, y se nota que no han sido capaces de cumplir. Porqué, y para qué, reiterar un juego inútil?

Mikhail Timofeyevich Kalashnikov, que creció desarmando aparatos y luego tuvo la genialidad de inventar el fusil más simple, confiable, versátil y efectivo de la historia, murió la semana pasada aterrado del éxito de su invento, comprado o copiado en todas partes, y con el deseo ferviente de que “nuestros niños puedan vivir en paz”.

El inventor de la máquina individual de guerra más eficiente que se haya conocido, obró en su momento movido por la necesidad patriótica de defender su tierra y sus ideales, amenazados de muerte por poderes extranjeros que de haber prevalecido habrían cambiado el curso de los acontecimientos al punto de que su patria habría desaparecido y todo aquello en lo que él creía también.

Mediante la combinación de invenciones anteriores, en torno a principios comúnmente utilizados desde hace más de doscientos años, Kalashnikov encontró una fórmula que vino a cambiar, en términos de la guerra convencional, y de las guerras tremendas que han asolado al mundo después de la Segunda Guerra Mundial, las relaciones de poder en los lugares más insospechados de la tierra. Su aterradora eficiencia, y su adaptabilidad a los requerimientos de clima, rudeza y variabilidad del escenario, han permitido que el fusil que lleva su nombre sea usado para los fines más diversos, por soldados profesionales, lo mismo que por nóveles guerreros, con resultados que hicieron estremecer a su propio inventor.

Nada más justo que su deseo final en el sentido de que los niños de su patria, y los de todo el mundo, puedan vivir en paz. Mensaje que ha de ser tomado en cada latitud como la admonición de un guerrero que no pudo atajar físicamente el éxito de su iniciativa y que sintió la obligación de alertar sobre lo calamitoso que resulta el uso de las armas para resolver los problemas entre seres humanos.

El mensaje de Kalashnikov resulta particularmente importante en un país que ha perdido ya las cuentas de los muertos de su guerra, como Colombia. País que este año se acerca al ritual de las elecciones para refrendar su reclamado carácter democrático, sin que por otra parte haya sido capaz de vivir en paz y mucho menos de salvar diferencias sociales que lo caracterizan como uno de los peores del mundo, además de uno de los más violentos y de los menos bien educados. Algo por lo que los autores de cacareadas “revoluciones educativas” no saben responder.

Como nadie les pide cuentas de verdad a los políticos, cada cuatro años se repite el ritual de las campañas electorales, para que todo siga igual. Otra vez se asoman por barrios y veredas personajes de toda índole, interesados en conseguir, por cualquier medio, el favor popular el día de las elecciones. Tal vez en la mayoría de los casos se vuelve a evidenciar el monólogo de oferentes de beneficios a los que los ciudadanos deberían tener derecho sin intermediarios.

En un año electoral, como 2014, deberíamos hacer todos los esfuerzos por animar a los ciudadanos a darle a su voto el valor que verdaderamente tiene en el sentido político, no en términos de mercancía barata que menosprecie el poder popular. Y una manera de hacerlo es la de alentarlos para que exijan severamente a los candidatos, no respecto de las prebendas que puedan ofrecer, sino de las opciones que presenten de solución a los más apremiantes problemas nacionales, entre ellos el de la guerra que nos desangra y que debemos detener. Para que, lo más pronto posible, nuestros niños puedan vivir en paz. 

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