Qué susto

Aura Lucía Mera
08 de mayo de 2017 - 10:00 p. m.

Aterrizo en Colombia. No sé por qué siempre el avión de regreso al trópico se demora casi una hora más que cuando vuela hacia el Atlántico norte. El cansancio de estar encerrada en el aire por más de diez horas me sume en un sueño profundo, de esos que cuando se abre el ojo de nuevo, no se sabe bien en qué planeta está.

Abro el periódico y me paralizo del susto. Alucino y tengo la esperanza de que sea una pesadilla: un postsueño terrorífico. Me froto los ojos. Me levanto y me echo agua fría en la cara. Vuelvo a leer el periódico y el dinosaurio seguía allí.

Uribe, Ordóñez, las iglesias cristianas, los pastores, que no son los de Belén, sino los que se desgañitan gritando en las tarimas aterrorizando a la gente y exigiendo diezmos y primicias para alcanzar la vida eterna, y los áulicos que llevan la Verdad en el bolsillo derecho del pantalón se han reunido en cónclave para lanzarse cual tromba a tomarse el poder en las próximas elecciones.

Arengan poniendo a Dios por testigo. Pregonando verdades reveladas por el altísimo. A toda costa dispuestos a hacer regresar al país a los tiempos sagrados y gloriosos de la Inquisición, cuando el que no comulgaba con sus principios era quemado en la hoguera. Ya Ordóñez demostró su afición al fuego sagrado quemando libros a lo Hitler.

Recurren a sofismas vergonzosos pero vendibles como la “recuperación de la familia”, la “conservación de la moral”, la “reconquista de los valores espirituales perdidos”, la “satanizacion del homosexualismo”, la “prohibición de adoptar niños por parejas del mismo sexo”.

Sentí alivio de ver que en este grotesco montaje no está metida la Iglesia católica. Espero que no caiga. Sentí tristeza infinita por los miles de “cristianos” que van a caer de bruces en esta manipulación endemoniada porque, si de algo estoy segura, es que las enseñanzas del Cristo que yo aprendí a querer no tienen nada que ver en este paseo de fundamentalistas que a punta de alaridos esquilman a sus seguidores. Y sentí y siento asco profundo al ver la perversión calculada que este cónclave lleva en sus entrañas.

Los colombianos no vamos a comulgar con estas patrañas politiqueras. Lucharemos por un país con libertad de culto, por el respeto a la diversidad sexual, por la aceptación total de que parejas del mismo sexo adopten niños abandonados y les brinden afecto, ternura, dignidad y educación.

Lucharemos por la Paz y la aceptación en la contienda política de partidos de diversas ideologías. Lucharemos por la reconciliación. Lucharemos por una democracia participativa. Lucharemos por una Colombia donde quepamos todos menos la corrupción, el clientelismo, la polarización y las posverdades.

No podemos volver a la Inquisición. Una Inquisición vendida como la “recuperacion de los principios”, cuando se trata de una estrategia política perversa y malintencionada.

Recuerdo las palabras del sacerdote Edward Lynch cuando, ayudándome a recuperar de mi alcoholismo y de mi aversión a cualquier iglesia, me advirtió sobre la “soberbia de los buenos” y de la “arrogancia manipuladora de los que juegan con la buena fe de los incautos, manoseando el nombre de Dios”.

Esta “alianza de los justos” me produce más terror que el avión. Abramos los ojos. Apenas comienza el fantasma a surgir.

 

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