Querido Onetti

Diego Aristizábal
01 de junio de 2014 - 10:00 p. m.

Una entrevista que leo en la revista Ñ de Argentina me recuerda que el 30 de mayo se cumplieron 20 años de la muerte del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti. Lo recuerda justamente su última esposa Dorotea Muhr, quien no ha dejado de extrañar al autodidacta, al antiintelectual que ni siquiera terminó la secundaria pero que se ganó el Premio Cervantes en 1980 y fundó una ciudad tan fantástica como Macondo y como Yoknapatawpha: Santa María.

En 2009, cuando se conmemoró el centenario de su nacimiento, se publicó todo lo inédito, entre otras cosas, la correspondencia que Onetti sostuvo con Julio E. Payró, un importante historiador y crítico de arte moderno argentino a quien le dedicó su segunda novela “Tierra de nadie” (1941). A ambos los unió la literatura, el arte y el cine y eso se ve reflejado en estas 67 cartas, desconocidas e inéditas, que fueron escritas a lo largo de veinte años (1937-1957) y que Hugo J. Verani desempolvó de dos instituciones estadounidenses: Getty Research Institute y University of Notre Dame, para recopilarlas en un libro que tituló: “Cartas de un joven escritor”, y que yo tuve la fortuna de encontrar la semana pasada como si el mismo Onetti me dijera: “Cuidadito me olvidás”.

Y así entonces, sin percatarme de que este año ya son veinte las ausencias, me vi leyendo esta correspondencia de una de las amistades más perdurables que haya tenido Onetti, pero que poco se sabía. Una amistad que empezó cuando el joven escritor trabajaba en lo que fuera con tal de sacar un crédito de 72 libros en la Editorial Ercilla y para Thalen´s Windsor y poder escribir en las noches. Se dice que Onetti para sobrevivir trabajó en unos 19 oficios: vendedor de entradas de fútbol en el estadio de Montevideo, portero de edificio, asistente de albañil, vendedor de automóviles, mozo en una cantina, en fin, Onetti siempre fue capaz casi de cualquier cosa; tal vez por lo mismo, cuando Reuters abrió en Montevideo en 1941, le pidió a su amigo que lo recomendara con alguno de los “capos de la Central en Buenos Aires”. Onetti consiguió el empleo y en 1943 fue trasladado a Buenos Aires donde ocupó el cargo de secretario de la redacción hasta 1955.

Por supuesto, en estas cartas queda clara la visión que Onetti tenía del oficio: Vivir y escribir para él eran lo mismo. Escribir por escribir. “Yo escribo, nada más”, decía, quien siempre despreció la escritura estilizada y discursiva, sin autenticidad interior. Es muy interesante cómo después de leer un artículo de Roger Caillois sobre la novela, donde afirma que la novela, y por lo tanto el novelista, está fuera del arte, Onetti se burla del pedante mundo intelectual y simplemente encomilla en su carta la siguiente frase: “Yo no soy un artista; soy un tipo que a veces escribe”. Y con esas sencillas palabras, agrega, uno queda solo y libre, en disposición de tomar vino con analfabetos en cualquier boliche.

Como en tantas cartas apenas quedan los propósitos de proyectos que nunca verán la luz. En 1938 cuenta cómo le han prometido que pronto se publicará su primera novela, que según Verani, debe tratarse de “Tiempo de abrazar”, novela que luego se extravió y nunca fue publicada en su totalidad. Ese mismo año está emocionadísimo porque montará una editorial que no dará pérdidas porque la presentación del libro se hará antes de imprimirlo y será vendido por un sistema de bonos. “De manera que hasta no estar salvados los gastos no se hace la impresión”. Curioso intento que se suma a la lista de fracasos.

Si hay una carta que conmueve es cuando le cuenta a su amigo la separación definitiva con su segunda esposa: “Ha decidido cambiar su escritor de cuentos por un homérico narrador de viva voz”. En otra carta, sin superar todavía la pérdida, le dice que María Julia era quien lo conectaba con el mundo; así las cosas, lo único que lo puede salvar es escribir y escribir.

Mejor dicho, estas cartas son una delicia, una entrada perfecta a Onetti, el “amigo invariable” que manda abrazos y suelta un “te quiero mucho” en una carta para desmitificar esa imagen de hombre duro que construyó su universo en medio del curioso desorden de escribir siempre para ser sencillamente él mismo.

desdeelcuarto@gmail.com

@d_aristizabal


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