Publicidad

¿Quién manda en Europa?

Juan Francisco Ortega
15 de enero de 2014 - 11:00 p. m.

La construcción europea es un sueño que ha estado a punto de convertirse en realidad.

La unión política, económica y monetaria, al menos formalmente, ha sido una realidad jurídica y política aunque alejada completamente de la percepción de los ciudadanos. Europa se veía como algo lejano, las instituciones europeas como lugar de retiro a políticos leales a los partidos –que no a los ciudadanos- y el llamado mercado interior como una gran plaza de Corabastos (países del sur productores del agro), un enorme 7 de agosto (países industriales como Alemania y Francia con fuerte industria automotriz) y un variado San Andresito (todos los demás países miembros) donde sus integrantes podían vender y comprar cualquier cosa. Y todo ello junto. Por poner en ejemplos locales bogotanos que ilustren cómo andaba el patio.

Y la verdad es que el experimento iba dando resultado. Europa iba bien aunque, eso sí, mejor para unos que para otros. Los generadores de productos con valor añadido, como Alemania con su BMW, obtenía grandes beneficios. Otros, los países del sur, algo menos. Y así marchaba la llamada economía productiva. No obstante, a principios del milenio, aunque la cosa había ya empezado antes con la sacralización de los mercados como fuente de libertad que no necesitaba ser controlado ni intervenido bajo ninguna circunstancia, otro tipo de economía, la financiera o especulativa, comenzó a ser más rentable. Ya no era necesario producir nada sino especular con lo que se producía.

Y esto, para qué vamos a engañarnos, sí tuvo éxito en todos los lados. Los países del norte, y especialmente su banca, que habían almacenado grande excesos de liquidez financiera derivada de sus beneficios, no sabían, literalmente, donde colocar el dinero. Para ello, lo ubicaron en los países del Sur a través de Entidades Financieras. De esta manera, y simplificando la cosa aunque no tanto, los alemanes prestaban a los griegos o a los españoles el dinero para comprar los BMW que ellos construían. A su vez, en países del sur como España, esta liquidez, junto con una Ley de Suelo destinada a favorecer la construcción,  hizo posible una burbuja inmobiliaria sin precedentes. A gente poco o nada solvente, los bancos prestaban el ciento diez por ciento del valor de sus inversiones inmobiliarias. Y no sólo eso. Todo el crédito al consumo que se quisiera. Eran los tiempos en los que, los apartamentos nuevos, subían de precio 3000 Euros por semana. La fiesta estaba servida y la borrachera garantizada. Ciudadanos con pocos recursos se vieron, de la noche a la mañana, con casas y carros que jamás habían soñado, vacaciones en el caribe y, por si la cosa no era suficiente, segunda residencia para el verano. Eso sí, todo a crédito. Y la fiesta no había hecho más que comenzar. Pero no nos engañemos. Cuando un cliente no paga al banco, el cliente tiene el problema pero, si son tres millones de clientes, el que tiene el problema es el banco.

Hasta que la burbuja, de tanto inflarla, se explotó. Las entidades de crédito comenzaron pronto a quedarse con las casas de los ciudadanos y el drama social se hizo patente. Y no sólo eso, los países, como Alemania, que habían prestado dinero para comprar sus productos querían que les pagaran. Esa es la prioridad. Para ello, los bancos se convertían en grandes inmobiliarias de apartamentos ejecutados a los ciudadanos y los Estados que habían recibido dinero fueron presionados, por esas instancias europeas lejanas de los ciudadanos, a devolver lo prestado.

El drama estaba servido. Los Estados, lejos de ayudar a los ciudadanos para tener una vivienda digna y negociar la deuda, lo que hicieron fue todo lo contrario: Salvar a los bancos con dinero público y ahorrar, recortando los derechos de la ciudadanía, para pagar la deuda. Esa era y siguiendo la prioridad. El objetivo no era, ni sigue siendo, activar la economía interna por parte de los acreedores de la deuda. El objetivo es cobrar a toda costa, sobre lo que sea, aún sobre la vida y derechos de los ciudadanos. Grecia es el ejemplo perfecto. Generar empleo, cosa que sólo puede realizarse a través de inversión pública, lo que los economistas llaman inyección de liquidez, ni está ni se le espera. Esto es lo que se hizo en la Unión Europea. A ayudar a países a pagar una deuda que no podían afrontar, a través de créditos concedidos aceptando condiciones que los masacran socialmente, lo llaman rescate. Para que luego digan que la economía no tiene sentido del humor. 

El punto es que, con rescate –como Grecia- o sin rescate –como España- los gobiernos ni apoyaron ni defendieron a los sujetos merecedores de su protección: los hombres y mujeres de cada uno de sus países. Apoyaron a los Estados acreedores y a la banca. En España, Rajoy, es el ejemplo perfecto. Por un lado, recortes sociales a los más desfavorecidos, leyes policiales represivas y antidemocráticas y reducción drástica de derechos civiles para todos. Por otro, apoyo claro a la banca y a los países acreedores. En Colombia, a algunos académicos renombrados, todo esto les debe parecer muy bien. En la última visita, por sus grandes méritos en apoyar a la banca y traicionar a sus ciudadanos, lo hicieron Doctor Honoris Causa en una universidad bogotana. La conclusión es clara. Como diría Obélix, el genial personaje de comic galo, “están locos estos romanos” (cambiémoslo por europeos”). Votan a unos políticos para que, al final, manden los banqueros 

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar