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Rafael Correa vs. una estudiante de derecho (II)

Santiago Villa
17 de septiembre de 2013 - 11:00 p. m.

Una estudiante de derecho podría pagar 12 años de cárcel por, supuestamente, tratar de derrocar al presidente Rafael Correa.

Alejandra Cevallos, estudiante de derecho y ciencias políticas, está acusada de sabotaje y terrorismo por el estado ecuatoriano. Según el fiscal Gustavo Benítez, Alejandra fue una de las autoras intelectuales de un fallido golpe de estado contra el presidente Rafael Correa. Desde hace tres años, el gobierno del Ecuador está empeñado en fabricar el complot de un golpe de estado, a partir de la revuelta policial del 30 de septiembre del 2010, o 30S, 30-S, que son las siglas que patentó el presidente Rafael Correa para referirse a esta emblemática fecha (y por cuyo uso yo como columnista habría sido demandado en el Ecuador). 

La columna pasada habló sobre cómo Alejandra Cevallos podría pagar entre 8 y 12 años de cárcel por terrorismo, pues, el 30 de septiembre del 2010, mientras se daba la revuelta de la policía, ella dio una entrevista de cuatro minutos en el canal de televisión estatal del Ecuador (el único que podía trasmitir por decreto presidencial), llamando a la cordura y a la negociación con la policía. Alejandra también dijo que no era cierta la tesis de que se trataba de golpe de estado. 

En ese entonces ella tenía 24 años y había hecho una pasantía universitaria en la Asamblea (el Congreso), trabajando con un partido opositor al gobierno. Fue por su breve paso como pasante que se le acusa de diseñar un complot para derrocar al gobierno de Rafael Correa. Desde entonces nunca más ha participado en política ni ha militando en ningún partido. Sin embargo, Alejandra Cevallos es acusada de terrorismo y podría ir a la cárcel durante una década. 

Creo que la comunidad internacional, la prensa y los ciudadanos de los países vecinos no hemos dimensionado la importancia de esta injusticia. En la columna pasada hice un paralelo con un grupo de punk ruso, “Pussy Riot”, que llamó la atención de la prensa mundial cuando sus integrantes recibieron 2 años de prisión por hacer música contra el régimen. Alejandra Cevallos podría pagar una condena cinco veces más larga, y ni siquiera es miembro de la oposición. Estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado, se expuso al dar una entrevista, y quienes estaban buscando desesperadamente conspiradores decidieron que ella era un blanco fácil. 

No se equivocaban. Alejandra Cevallos es un blanco tan fácil que el único columnista del mundo que está escribiendo sobre este caso soy yo. 

Me sorprende la falta de solidaridad que ha recibido Alejandra Cevallos por fuera del Ecuador. Las respuestas que ha recibido esta denuncia son decepcionantes. En noviembre del año pasado escribí sobre este tema y el embajador del Ecuador en Colombia, Raúl Vallejo, envió una carta de respuesta a este diario diciendo que Alejandra “es asambleísta alterna del Partido Social Cristiano y no una estudiante “independiente” como Villa la presenta”. 

Para desactivar otra respuesta de este tipo, Alejandra Cevallos hizo una pasantía con el Partido Social Cristiano (de oposición), y desde entonces no volvió a participar en política. Esto no es razón suficiente para asumir que ella creó un complot para derrocar al presidente Correa. 

¿Acaso es sólo a mí a quien ésta le parece la teoría de la conspiración más estúpida que pudiese concebir un burócrata? 

A mis amigos “progresistas” o de “izquierda”, les incomoda que critique a los gobiernos del ALBA en estas columnas. Asumo que los juzgan con más generosidad que a los gobiernos de “derecha”, pues el discurso de sus líderes es afín a lo que ellos gustan de escuchar (no les importa si los hechos le siguen a las palabras, claro; sólo les interesa que hablen contra el imperio y el capital, así por debajo de la mesa protejan los intereses del imperio y del capital). Sin embargo, en lugar de hacer una defensa estructurada de los gobiernos del ALBA, y contradecir denuncias como ésta, tan sólo atinan a decir que yo debería dedicar este espacio a denunciar los atropellos del ejército y de los paramilitares (cosa que también hago), y no a mirar “la paja en el ojo ajeno”. 

Este es un grave problema de la ideología: suele ocupar un espacio más importante que la ética en el universo emocional y en el orgullo de los individuos. Por ello hay quienes están dispuestos a tolerar abusos éticos, siempre y cuando sean cometidos por personas que piensen (o digan que piensan) como ellos. Es la base de toda complicidad con un abuso de poder. 

Ahora, puede que sencillamente haya quienes les tiene sin cuidado que una estudiante de derecho pague una condena de 8 a 12 años de prisión por un crimen espurio, que no se sostiene ante el análisis más elemental de las evidencias, y que sólo puede existir en la mente de un fanático o un paranoide. 

Ante esta falta de solidaridad sólo queda tener la esperanza de que cuando esto suceda en Colombia, nuestros vecinos no nos den la espalda. 

Twitter: @santiagovillach

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