Reconciliarse para sobrevivir

Columnista invitado EE
01 de octubre de 2016 - 08:51 p. m.

Sobrevivir en la historia requiere reconciliarse con ella. La alternativa es el suicidio físico o psicológico. Reconciliarse con la historia colombiana no ha sido fácil desde que surgieron las guerrillas como forma de protesta, porque la opción guerrillera es la muerte como herramienta popular. Pero la muerte es una herramienta inútil para resolver problemas como los que tienen que enfrentar las poblaciones donde la rapiña es un instrumento favorito. Y estas son las sociedades donde la inseguridad es el resultado de su propia desorganización.
 
Los problemas a que se ha visto abocada la sociedad colombiana se resumen en la injusticia social. Esa injusticia se traduce como desigualdad extrema de oportunidades para que toda la población colombiana pueda llevar una vida digna.   Lo cual quiere decir, en concreto, que la apropiación de los recursos naturales y artificiales del país se ha realizado, en gran parte, mediante el despojo de los más débiles por los más fuertes: unos pocos llevan una vida dignísima y otros muchos viven de manera indigna de seres humanos porque aquellos les han arrebatado a estos la oportunidad por medio de las trampas o de la fuerza. Eso es lo que quiere decir extremar: llevar al extremo de la fuerza unas relaciones que podrían ser menos violentas y mucho más armónicas con un poco de buena voluntad y un egoísmo menos miope. Tales extremos resultan de la desorganización estatal. Porque la idea del Estado es la de establecer en las relaciones humanas un orden distinto de la rapiña. Colombia no ha logrado todavía montar un Estado con capacidad para administrar el país. De ahí que la pobreza tenga dimensiones inaceptables en un país rico en recursos, pero pobre en gente solidaria.
 
No solamente en el Chocó o en La Guajira se mueren  de hambre muchos niños. En muchos otros sitios también. Este es un detalle de la mencionada indignidad de vida. Por eso el momento en que empieza a hablarse de la reconciliación entre los que antes pensaban que la guerra era una buena herramienta es un momento privilegiado. Una bendición. Y reconciliarse es lograr hablar con el otro en vez de disparar. Reconciliarse es el primer paso en la solidaridad.
 
La reconciliación de Colombia supone una serie de conversaciones a todo lo largo y ancho del territorio. Conversaciones sobre lo que ha sucedido, desde luego, pero, sobre todo, de lo que queremos que suceda de ahora en adelante. Reconciliarse es mirar al futuro para pactar un trabajo conjunto en el que compartir se sustituya a la rapiña. Esas conversaciones van a requerir un alto nivel de escucha mutua, en la que oír al otro supone creerle. La confianza es la clave del entendimiento. Pero la confianza brota de la buena voluntad, es un producto del querer confiar. Es, por consiguiente, una apuesta que se espera ganar, pero que se puede también perder. Y esta es su dificultad intrínseca. Pero si no se hace, por temor a perder, nunca se podrá ganar.
 
 Aprobar el comienzo de esas conversaciones mediante el plebiscito es un buen comienzo para ganar la apuesta. Pero solamente la persistencia en las conversaciones nos puede asegurar el cambio en la manera de relacionarnos. Pero no podremos asegurar ningún cambio si no aceptamos empezar la conversación.
 
*Alejandro Angulo, S.J., Cinep/Programa por la Paz
 

 

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