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Reconocimiento a Andrés Villamizar

Santiago Villa
06 de enero de 2015 - 03:56 a. m.

La gestión de Andrés Villamizar como director de la Agencia Nacional de Protección es ejemplo de una característica irremplazable de la democracia: el diálogo abierto entre los funcionarios públicos y los ciudadanos críticos.

Las denuncias por amenazas a líderes de restitución de tierras en el departamento del Cesar, y los reclamos que a nombre de ellos hice en esta columna desde el año 2012, a causa de la insuficiente protección que recibían por parte del Estado, me llevó a tener más de una discusión con Andrés Villamizar, quien fue hasta hace dos semanas director de la Agencia Nacional de Protección (ANP).

En el ejercicio del periodismo de denuncia es usual recibir cuatro tipos de respuestas por parte de los funcionarios públicos: la solicitud de rectificación, la explicación (en algunos casos a la defensiva), una petición para que se entreguen los detalles de la denuncia, con el objetivo de aplicar correctivos, y el silencio (la no-respuesta). La única insatisfactoria es el silencio.

Por parte de Andrés Villamizar jamás hubo silencio. Durante la mayoría de nuestros intercambios mantuvimos un disenso respetuoso que me ayudó a comprender en mayor detalle el funcionamiento de la ANP, sus alcances y sus limitaciones, y a mejorar en algunos casos el esquema de seguridad de ciertos líderes de restitución de tierras.

Una de las características de Villamizar que más llamó mi atención fue la facilidad para comunicarse con él. A través de la plataforma de Twitter daba respuestas inmediatas a las columnas, que luego eran ampliadas en correos electrónicos, conversaciones telefónicas, o incluso reuniones personales.

A través de esta columna hice públicos los reclamos que hacían líderes de restitución de tierras por su precaria situación de seguridad. Comprobé su valentía y seriedad durante varios reportajes que hice sobre su trabajo en el terreno. El escuchar ambos lados de la historia, la del líder amenazado y la del funcionario encargado de administrar los medios para su protección (que no definirlos ni ordenarlos, pues para determinar quién recibe un esquema de seguridad el proceso burocrático es más engorroso), evidenció para mí la dificultad del trabajo de Villamizar, y su problema crónico: los limitados recursos para proteger a un país de amenazados.

A menudo Villamizar era la única figura visible en un proceso de toma de decisión que no dependía únicamente de él, y por lo tanto noté confusiones con respecto a su poder para influir en ellos. Concretamente en quién recibía o no protección, y cuánta, según las conclusiones del Comité de Evaluación de Riesgos y Recomendación de Medidas.

Con respecto a las víctimas, era inevitable no comprender y simpatizar con la frustración que generaba la lentitud de los procesos para asignar esquemas de seguridad, y la poca importancia que en los comités que definían las mejoras y reducciones en sus esquemas de protección se le daba a sus representantes.

Es probable que Andrés Villamizar siga estando en desacuerdo con esta última apreciación. Siempre que la hice fue pronto en responder con argumentos a las situaciones que despertaban las críticas. El respetuoso ir y venir que sostuvimos en varias ocasiones durante este tiempo, que culminó con una reunión personal, me han convencido de la honestidad y el compromiso de Andrés Villamizar a la cabeza de una cartera que implicaba tomar decisiones complejas. Una de ellas, por ejemplo, la reducción en los esquemas de los políticos que gozaban de más protección de la necesaria. Álvaro Uribe Vélez, por ejemplo, tenía más de 300 efectivos dispuestos para cuidarlo.

La comunicación abierta que tuve con Andrés Villamizar es ejemplo de uno de los elementos más importantes de una democracia: la fluidez entre los altos funcionarios públicos y los ciudadanos que tienen la tarea de hacer crítica a las instituciones que lideran. Ojalá que su sucesor siga la línea de apertura al ciudadano que ha trazado Villamizar.

 



Twitter: @santiagovillach 

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