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Reformas agrarias

Eduardo Sarmiento
02 de febrero de 2013 - 11:00 p. m.

El proceso de paz revivió el debate sobre la reforma agraria. Las condiciones son muy distintas a las de hace 50 años, cuando la agricultura representaba el 40% de la riqueza y el ingreso nacional.

Hoy en día el producto agrícola es apenas el 7% del PIB. Las transformaciones del sector solo pueden tener efectos notables en la medida en que eleven la producción y el ingreso rural.

La discusión sobre el sector ha girado alrededor de los tamaños de las unidades productivas. Las Farc se mantienen dentro de su posición tradicional de erradicar el latifundio, pero se aprecia una mayor flexibilidad con respecto al pasado, en cuanto que se acepta el criterio de productividad. En la práctica, se estaría hablando más de la eficiencia que del tamaño de las propiedades.

Los asesores del Gobierno han vuelto a la información que muestra que la productividad de la tierra disminuye con el tamaño de las propiedades y, en consecuencia, proponen reducir el tamaño de las grandes y aumentar el de las pequeñas para elevar la producción y los ingresos del campo. El buen propósito carece de una validez científica. Debido a las economías de escala en los insumos agrícolas, como mano de obra, riego, fertilizantes y semillas, la mayor productividad de los cultivos pequeños se compensa con los mayores costos por hectárea. Así, la simple ampliación del acceso de los pequeños productores a la tierra sería inocua. Los productores se resistirían a aceptarlo, porque les significa un aumento de los gastos en los insumos y no tienen seguridad de colocar la mayor producción en el mercado.

Es hora de que se entienda que el atraso de la agricultura no obedece a la oferta. El área disponible es muy superior a la cultivada y el Gobierno dispone de extensas confiscaciones de tierra. En El modelo propio, que reapareció en una nueva edición, muestro que la verdadera causa del retroceso del sector ha sido la deficiencia de demanda efectiva ocasionada por la baja elasticidad precio de los alimentos.

La agricultura no puede recibir el mismo tratamiento en todos los productos. Al igual que en la industria, unos cultivos tienen características que conviene explotar en tamaños reducidos y otros gozan de economías de escala que requieren hacerlo en tamaños grandes. Estos últimos adquirieron una importancia especial en los últimos años. Los estudios de casos y la experiencia de Brasil en el Cerrado muestran que algunos cultivos, en particular los cereales producidos en los países temperados, están expuestos a economías de escala que pueden ser explotadas en grandes extensiones de tierra y redundan en enormes aumentos de la producción, reducción de costos por hectárea y baja de precios.

El camino no está exento de dificultades. De un lado, el desarrollo de los productos medianos y pequeños está limitado por los costos y la demanda. De otro lado, la explotación de los cultivos temperados, que tienen la mayor demanda mundial y están expuestos a economías de escala, requiere grandes inversiones en que los consorcios nacionales e internacionales tienen claras ventajas y no pueden ser restringidos por el TLC.

Sin duda, el mercado y los TLC aparecen como serios obstáculos para la reforma agraria y la desconcentración del sector. El antídoto no puede ser distinto de una empresa estatal, como Embrapa en Brasil, que realice las grandes inversiones en asociación con las empresas comunitarias y les traslade las ganancias a los pequeños agricultores en forma de apoyos que reduzcan sus costos y les permitan bajar los precios para ampliar la producción y el tamaño. De esta manera, se sentarían las bases para reducir las desigualdades dentro del sector rural y acortar la brecha entre éste y el urbano.

 

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