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Regalazo

Hernán Peláez Restrepo
13 de marzo de 2015 - 01:45 a. m.

El partido entre el Chelsea y el París Saint-Germain fue verdaderamente un regalazo para quienes vivimos metidos en el desarrollo del fútbol, jueguen donde jueguen. Desde los partidos sin público en nuestros estadios en Colombia, con toda la marrullería, la cual califican algunos como malicia indígena, hasta los juegos de la Liga de Campeones de Europa.

El partido entre el Chelsea y el París Saint-Germain fue verdaderamente un regalazo para quienes vivimos metidos en el desarrollo del fútbol, jueguen donde jueguen. Desde los partidos sin público en nuestros estadios en Colombia, con toda la marrullería, la cual califican algunos como malicia indígena, hasta los juegos de la Liga de Campeones de Europa.

Admito que ese nivel de fútbol está muy por encima, no del nuestro, sino del que vemos por estos días en la Copa Libertadores de América. Ni comparación, así allá también se consigan goles con pelota detenida, como lo hicieron el miércoles los brasileños futbolistas Thiago Silva y el cabelludo de David Luiz.

Porque los jugadores son superprofesionales, entienden el compromiso que tienen con sus hinchas y juegan con espíritu de aficionados, el mismo que reclamamos para jugadores de nuestro medio a los cuales se les nota que los cobija la pereza, y eso que tienen juventud.

El caso más representativo lo ofreció Thiago Silva del París Saint-Germain. Cometió un penalti increíble. Mano intencional saltando con un rival. Allí el jugador que no tenga espíritu y temple se acongoja y se hunde en la tristeza. Pues fue él finalmente a buscar el gol y la clasificación en los cuartos de final de la Champions sobre el equipo del portugués José Mourinho, y lo consiguió y de paso demostró que nadie es invencible. El Chelsea tenía todas las de ganar e iba adelante en el global. Nunca creyó llegar a la extensión del choque y allí sucumbió en su propio estadio.

Otro detalle, y no menor, fue la expulsión injusta de Zlatan Ibrahimovic, porque apenas era para tarjeta amarilla. Con diez en el terreno de juego, se superó el París, y de qué forma. El juez, con el pecado cometido, perdonó la expulsión de Verratti y del mismo Diego Costa.

Jugaron 120 minutos intensos, de ir y venir, de trabajar los arqueros sin descanso, y ni hablar de la emoción que provoca ver un partido como este. Sé que en el fútbol, como en el cine, es necesario ver todas las películas: alguna saldrá buena; pero este partido fue de lo bueno que he visto en los últimos días y es, como anoto al comienzo, un regalazo para quienes vivimos el fútbol intensamente.

 

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