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Regiones rebeldes

Eduardo Barajas Sandoval
11 de marzo de 2014 - 04:00 a. m.

Una revolución de regiones podría dar al traste con estados que agrupan diversas nacionalidades.

Tal como los conocemos, los Estados son después de todo una invención reciente. Su equilibrio interno es en muchos casos aparente, porque sobreviven asuntos por arreglar. Uno de ellos es el de las “cuestiones nacionales”, que se manifiestan cuando grupos humanos que habitan una u otra región y se consideran con identidad cultural e historia propia y común, aspiran a configurar un ente político distinto del estado al que pertenecen. Si todas siguieran el rumbo que pretende tomar Crimea con el plebiscito del próximo domingo, en muchas partes podría saltar en pedazos la organización de los estados tal como la conocemos.

Francia ha expresado abiertamente su preocupación por lo que pueda suceder si, a partir del ejemplo de Crimea, otras regiones al interior de estados actuales organizaran plebiscitos para cambiar de vinculación y pasarse a uno distinto del que ahora las incluye. Otros no lo han dicho con tanta claridad, pero es evidente que hay alarma por lo que pueda ser un nuevo desorden internacional a partir de aspiraciones de reacomodamiento regional. Las Naciones Unidas, es decir la organización de los estados actuales, aunque no estén tan unidos, han manifestado su escepticismo y su sorpresa. Si el asunto progresa y Ucrania resulta cercenada el precedente sería contagioso, pues en esta era de la comunicación ya se ha demostrado cómo cualquier movimiento se puede extender de manera rápida cuando se dan condiciones idénticas en diferentes partes del mundo.

Los Estados que hoy cubren el escenario europeo, decíamos, son en realidad inventos recientes, sobre un trasfondo que no es sino un tapiz de identidades regionales que, en uno y otro caso, con mayor o menor convicción y de manera más o menos voluntaria, decidieron o fueron obligadas en un momento dado a afiliarse al conjunto al que ahora pertenecen. Agitar en este momento el tema significaría de pronto un nuevo cambio del mapa de ese continente, que sigue siendo joven entre otras cosas porque precisamente no ha sido capaz de definir su formato político de manera que se atiendan cabalmente los sentimientos y requerimientos de sus regiones.

En África el problema no es menor, porque los europeos llegaron allí y para dividir y reinar, o para aprovecharse mejor de recursos naturales, desconocieron tradiciones milenarias y procesos delicados de pertenencia de los habitantes del continente a una u otra etnia o nacionalidad, cosas que consideraron menores. Así fue como trazaron fronteras arbitrarias, separando familias u obligándolas a convivir con otras, sembrando las semillas de todas esas guerras contemporáneas que  nos aterran y que deberían darles tanta vergüenza a sus protagonistas de hoy como a sus gestores coloniales.

Si a lo anterior se suma que también en el Asia, y aún en las Américas, existen malestar y descontento por los desaciertos en el manejo de los asuntos regionales, máxime en aquellos casos en los que existen cuestiones de nacionalidad de por medio, el contagio de una revolución de las regiones podría llegar a adquirir proporciones mayores.

La acción de Rusia en Crimea recuerda los actos más típicos del comportamiento imperial de otras épocas. Para no ir muy lejos, parece una nueva versión de lo que hizo en Alemania en 1953, en Hungría en 1956 y en la entonces Checoeslovaquia en 1968. Construyendo cuidadosamente una barrera en su entorno, entonces lo hizo a nombre de la protección del desarrollo de su idea de socialismo. Para la época nada de evocación de argumentos nacionales, sencillamente porque era la época del internacionalismo que desconocía y menospreciaba ese tipo de razones, ajenas a la ortodoxia del momento. Lo de ahora demuestra, una vez más, que los sentimientos nacionales estuvieron apenas congelados en la órbita soviética, al punto que ahora las movidas del ajedrez buscan, como lo ha dicho Putin, proteger a los ucranianos de origen ruso. Pero el contagio se le puede en un momento dado revertir. Porque el fomento de plebiscitos en busca de adherirse a Rusia puede producir una epidemia que podría llegar, salvo represión salvaje en contra, y aún así, a hacer germinar en otras partes la idea de separarse del dominio de Moscú.

Por ahora lo más posible es que el plebiscito, en razón de la mayoría rusa en la región, y de la presencia de tropas aparentemente rusas, con cara tapada y sin insignias, contra lo que fueron siempre los ejércitos dispuestos a ganar en franca lid, terminará con el triunfo de la adhesión de Crimea a la Federación Rusa. Falta ver la reacción de Ucrania y la de la Comunidad Internacional. Pero en todo caso el episodio será el comienzo de un capítulo que puede llegar a ser trascendental para las relaciones entre el centro y la periferia en muchos estados de nuestra época. Y todo puede terminar en otro tipo de comunidad internacional.

En Colombia no tenemos abiertamente nacionalidades diferentes porque aún estamos tratando de identificar, aparte del culto por la Selección Colombia, los ligamentos de la nacionalidad. Pero tenemos regiones claramente definidas por la geografía, la historia, la cultura y la tradición. Y hay descontento regional por la desatención de necesidades de autonomía y representación. El liderazgo bogotano no parece haber entendido bien esta situación, y sigue obrando desde el frío del altiplano como si el resto del país hubiera seguido durmiendo desde la separación de Panamá.

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